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Respuesta:
Las vacunas no evitan que nos contagiamos: lo que evitan es que, una vez producido el contagio, se desarrolle la enfermedad. Procuran que nuestro cuerpo, si entra en contacto con el agente infeccioso, active una serie de funciones de defensa que nos permiten reaccionar más rápido y con mayor eficiencia y, si es posible, evitar la enfermedad. Las mejores vacunas que tenemos, como la de la polio, son efectivas en un 98% o 99% de los casos, por lo que es prácticamente imposible contraer la enfermedad si se está vacunado. Pero otras vacunas -por ejemplo, la de la gripe- apenas nos proporcionan una protección del 50%. Tenemos, por tanto, vacunas muy diferentes.
También varía la manera de producirlas: algunas se componen de trozos del microorganismo, otras, de una parte de la cápsula del virus. Cada vez prescindimos más de los virus vivos o, en todo caso, se atenúa el microorganismo que contiene la vacuna. Salvo contadas excepciones —que las hay y que se deben vigilar— es biológicamente imposible que una vacuna provoque la enfermedad de la que protege.
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