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El “grito sagrado” del himno nacional argentino es la frase “¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad!”. En esta frase se condensa el sentido fundamental del himno que resume, por un lado, los valores independentistas de la nación sureña, y por el otro, la voluntad de conformar una nación fundada en el resguardo de la libertad para sus ciudadanos.
El anhelo de libertad es consustancial con el imaginario político de la Ilustración, impulsado por los valores de la Revolución francesa de 1789 que proclamaba la consigna de “igualdad, libertad y fraternidad”. Estos son los valores en los que se funda el concepto del Estado moderno y el concepto de la República con separación de poderes. Son metáforas de la igualdad frases como “Oíd el ruido de rotas cadenas; ved en trono a la noble igualdad”.
El imaginario político del siglo XIX, tocado también por ideales románticos, confiere a estos ideales un nuevo sentido presente en el himno argentino: la nación, es decir, la idea de un Estado moderno que coincide con los límites de un pueblo unido en su geografía, lengua y cultura, un pueblo que comparte una “identidad”. Es esto lo que permite a los “libres del mundo” reconocer la existencia de un “gran pueblo argentino”.
El himno invoca la necesidad de que tales valores, merecidos con la inteligencia y el esfuerzo, sean atemporales y que, de esa forma, sean reconocidos y loados. Así, menciona la figura de los laureles, símbolo griego que representa la victoria. El texto expresa, por ende, tanto el deseo de que aquellos logros sean perennes como el compromiso de empeñar la vida en mantenerlos.