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odos sabemos como hoy, en la época de la ingeniería genética y de la biología celular, la persona humana, desgradaciadamente, frecuentemente está en cierto sentido, como cosificada, la mayor de las veces reducida a objeto,
que puede ser manipulado. El biólogo Dulbecco, premio Nóbel de la medicina, en una conferencia caracteriza bien la reducción del hombre: “Como biólogo – dice él- estoy habituado a mirar al hombre como un complicadísimo enjambre de entidades pequeñísimas. Yo estoy habituado a mirar una célula, o un gen, o una molécula”.
Es esta una visión del hombre que lleva en sí los graves peligros, porque, basada en un biologísmo frío, indica, en cierto sentido, “una regresión para el hombre, porque pasa de una especie de plenitud de existencia a un estado que es nada más que un mecanismo, un objeto. Se busca sustituir los construido por el vivido; se tiene una objetivación del hombre por el hombre”.
Pero esta cosificación de la persona humana no está solo en el ámbito científico, es una de las características del deterioro de la sociedad industrializada y secularizada –donde frecuentemente el hombre termina siendo considerado nada más que un diente del engranaje del mecanismo de producción-consumo.
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