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Llegada la hora de cumplir con este requisito, encuentra el autor que se trata de una
obligación bien agradable el recordar a todos aquellos que, de una u otra manera, han
ejercido su influencia positiva para la formación, estímulo y desarrollo intelectual del que
suscribe.
Quiero agradecerle a mi padre el que, al menos, me inculcara la curiosidad de saber
y el amor a la lectura. También a mi madre, y a mi hermana Blanca, que me apoyó cuando
lo necesité. Agradezco también su labor a todos los profesores que alguna vez me dieron
clase, porque de todos aprendí: de los buenos porque fue un placer compartir sus clases, y
de los no tan buenos, porque también de esas experiencias se aprende.
Más en concreto, y por orden cronológico, recuerdo ahora con agradecimiento a los
profesores de esta Facultad Víctor Fernández Martínez y Andrés Carretero Pérez, que de
diferentes maneras encaminaron mi vocación hacia la antropología cultural en los
primeros años de la licenciatura. Respecto a la especialidad, quiero igualmente mencionar
a Emma Sánchez Montañés, Alicia Alonso, Andrés Ciudad, Pepa Iglesias, José Luis de
Rojas y Jesús Adánez.
A José Luis de Rojas agradezco además aquí especialmente su estímulo y dirección
desde los tiempos en que fui su alumno en el 5º curso de la licenciatura. Gracias a su
dedicación y curiosidad intelectual, y a su disposición por compartirla, tanto su trato
personal como los diversos seminarios de estudio de códices, lecturas antropológicas o
lengua náhuatl por él organizados sirvieron para formarme como investigador y para
especializarme en el estudio de la cultura náhuatl. Espero que este trabajo esté a la altura
de la confianza que una vez depositó en mí.
También quiero dar muy especialmente las gracias a Juan José Batalla, que desde que
nos conocimos consiguió contagiarme su pasión por los códices mesoamericanos y me
ayudó a progresar en mi carrera como investigador. A ambos tengo que agradecer, más
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concretamente, la lectura preliminar y observaciones a este trabajo y a otros que le
precedieron, así como la disponibilidad de sus apreciables bibliotecas.
He de agradecer también a la Universidad Complutense de Madrid y a la
Universidad Nacional Autónoma de México la concesión de una beca para completar mi
formación como investigador en el Instituto de Estudios Antropológicos de la UNAM
durante el curso 1997-98. Muy especialmente le estoy agradecido a Alfredo López Austin,
que se prestó a ser mi tutor allá durante mi estancia, así como a Miguel León-Portilla,
quien propició la que sería mi primera publicación, en Estudios de Cultura Náhuatl.
Asimismo, de mi estancia en México quiero recordar a los profesores Leopoldo Valiñas y
Víctor Castillo.
A Michael Smith le estoy sinceramente agradecido por su generosidad al compartir
conmigo sus ideas, así como por su paciencia ante las críticas. También, por la lectura y
comentario a borradores y por poner a disposición pública tantos valiosos materiales en su
página web. Por esta última razón también le estoy muy agradecido a Mark Thouvenot.
Con Patrick Lesbre estoy en deuda por sus amables invitaciones a la colaboración
científica, que espero siga siendo fructífera en el futuro, así como por prestarse a formar
parte de mi Tribunal de Tesis Doctoral. Por esta última razón quiero también dar las
gracias a Michael E. Smith, Andrés Ciudad, Juan José Batalla, Jesús Bustamante, Pepa
Iglesias y Alfonso Lacadena.
A los amigos Teresa Simón, Mauricio Santana y Maribel Villar les agradezco su
interés y cariño. También a Barbara Via y a Ruth Solís, por su amabilidad.
Finalmente quiero agradecer con todo mi corazón el apoyo y cariño que encontré en
Paqui, mi mujer, y en Alba, mi hija, que aceptaron con sacrificio mi dedicación a la
consecución de esta empresa. Esperando poder compensarles en el futuro, a ellas va
dedicada la presente obra.
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