En el año 380 el emperador Teodosio publicó el edicto de Tesalónica, que daba un paso más en la línea iniciada por Constantino.
¿Qué consecuencias puede tener para la Iglesia?
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A principios del siglo IV, Constantino I había terminado con la clandestinidad y persecución de los cristianos, otorgándoles ciertos privilegios y permitiéndoles la construcción de grandes templos. En 313, junto a Licinio, emitió el Edicto de Milán, por el que se otorgaba tolerancia religiosa y la libertad de culto para los cristianos.
A cambio de esto, Constantino tomó parte en las disputas que ya existían en el seno de la iglesia, convocando en 325 el Concilio de Nicea. En este concilio se desterraron las tesis arrianas que negaban el carácter divino de Jesús como parte consustancial de Dios. A pesar de ello, el cisma arriano se prolongaría al menos hasta el siglo VI, y no terminaría hasta la muerte del último de los monarcas arrianos, el rey visigodo Leovigildo. Del Concilio de Nicea se originaría el llamado Credo Niceno, último punto de encuentro entre las iglesias de oriente y occidente.
El mismo emperador Constantino fue el primer gobernante del Imperio romano de credo cristiano, aunque no fue bautizado, por el obispo Eusebio de Nicomedia, hasta poco antes de morir. Con él se iniciaba una nueva época para la iglesia, y en el transcurso del siglo IV su influencia en las esferas del poder aumentaría, a pesar del paréntesis de tres años que supuso el gobierno de Juliano, durante el cual el cristianismo volvió a estar acosado por el poder, hasta que en 380 y a través del Edicto de Tesalónica se convirtió en la religión oficial y única religión lícita tanto en el Oriente como en el Occidente romanos.
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