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Qué pasa cuando lo injusto se vuelve ‘justo’ ante los ojos de muchos. Cuando la justicia deja de tener una respuesta absoluta para convertirse en el reflector de muchas miradas, puntos de vista, circunstancias… Para mi, injusticia solo hay una, la de siempre, la que humilla y sabotea el respeto digno de los derechos humanos.
Según el sitio web Definición ABC, la injusticia se define como “la falta de justicia, de bien común y de equilibrio dentro de diversos grupos sociales que pueden ir desde la comunidad toda hasta el sujeto individual. Como tal, la injusticia implica principalmente el no respeto por los derechos tanto de los individuos como de la sociedad en su conjunto”
¿Qué nos hace entonces aceptar la injusticia?
Aunque en estos tiempo nos resulte difícil creerlo, la ignorancia frente a nuestros derechos es una de las causas. Cientos de personas alrededor del mundo no conocen sus derechos, incluso los básicos, y muchas otras aunque los conocen, el miedo no les permite hacerlos respetar, convirtiéndose este último en otra de las causas.
Pero el tema es más complejo de lo que parece, un interesante artículo: ¿Por qué no reaccionamos frente a la injusticia?, nos habla de la doctrina del shock, que no es otra que la manipulación mediática y política para que no reaccionemos frente a las injusticias sociales ni luchemos por nuestros derechos al hacernos creer que sin importar lo que hagamos, al final no va a servir para nada.
El mismo artículo nos menciona otra de las causas, una de las más comunes, la autoculpabilidad, el hacerle creer al individuo que es él el que tiene la culpa de su situación y por ello, este no se revela frente al sistema, por el contrario, se culpa así mismo, que como bien dice el artículo “genera un estado depresivo, uno de cuyos efectos es la inhibición de su acción. Y, sin acción, no hay opción de cambio“.
Sin importar la causa que nos lleva a aceptar actos injustos, dentro de nosotros, siempre hay una voz que nos dice cuando se esta cometiendo una injusticia contra otro ser humano. Lo sabemos porque somos seres humanos, y por el simple hecho de serlo, poseemos derechos inamovibles. Estos mismos derechos han sido ratificados en lo que hoy conocemos como los Derechos Universales, que van más allá de las leyes y jurisdicciones de cada país.
Derechos para todos y todas
El 10 de diciembre de 1948 se hace pública la Declaración de los Derechos Universales por parte de la Asamblea de las Naciones Unidas, desde entonces, tenemos un mejor entendimiento de nuestros derechos y también se nos es más fácil reconocer las injusticias, algunas veces tan fácilmente visibles y en muchos otros casos, casi irreconocibles.
“Dignidad y justicia para todas las personas”, es el lema de esta fecha tan importante, en la que no solo se reconoce nuestros derechos básicos sino también es un constante recordatorio de los derechos que nos dignifican como seres humanos.
Como se menciona en la declaración, en cada uno de sus artículos, la violación a cualquiera de estos decretos es considerado un acto injusto y repudiable independientemente de la jurisdicción o leyes de donde pertenece el individuo. Todos los seres humanos, sin excepción, tienen derecho a la libertad e igualdad, a ser reconocidos sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición. Pero ¿qué pasa cuando esto no es así y terminamos siendo los justos los que aceptamos la injusticia?