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POR JORGE E. MILONE La Revolución de Mayo constituyó un movimiento político que tuvo lugar en el Río de la Plata durante 1810. Pero a la vez fue la motivación de un cambio institucional al desplazar a las autoridades coloniales de España y asentar las bases para una nueva realidad política en los territorios otrora de la Corona de aquella nación. Sin embargo, los hechos revolucionarios demostraron que se trató de una consecuencia necesaria de la obra de los grandes hombres que los llevaron a cabo. Entre los patriotas paradigmáticos de la Revolución hallamos, sin duda, a Manuel Belgrano. El vencedor de Tucumán y Salta, escribió una vez: "Nada hay más despreciable para el hombre de bien, para el verdadero patriota que merece la confianza de sus conciudadanos en el manejo de los negocios públicos, que el dinero o las riquezas". La frase de Belgrano parece escrita para hoy. Su vigencia es inalterable. Asimismo, Mariano Moreno, Cornelio Saavedra, el olvidado Monteagudo, Castelli, entre otros, han sido patriotas que lucharon sin descanso por hacer de la nueva nación una de las más virtuosas de América. Es que la virtud pública ha sido siempre la base de sustentación de un país. En efecto, si sus funcionarios y gobernantes no la practican diariamente, para en cambio servirse de la función pública, la consecuencia de ello será la degradación moral del ciudadano, en razón de que lo bueno y lo malo, o lo justo y lo injusto, perderán su condición de categorías absolutas para ingresar fatalmente en la relativización de todos los valores. Cuando Saavedra reconoce que se necesitaba tanta agua para apagar tanto fuego al enterarse del destino de Moreno en el mar, estaba rindiendo homenaje a un jacobino de la Revolución que se había opuestos en la interna del gobierno patrio al conservadorismo del presidente de la Primera Junta. La firme convicción con la que Paso y Castelli defendieron el 22 de mayo de 1810 los derechos del pueblo de la patria naciente, también los coloca en la categoría de patriotas ejemplares. Pero no por ello fue menos sincera la prédica casi "in extremis" del obispo de Buenos Aires, Lue y Riega, en el sentido de una acendrada defensa de la hispanidad. No fueron menos esforzadas las batallas que acometieron San Martín, Belgrano, Brown, entre otros, para encender en América la llama de la independencia. Todos ellos eran hombres dotados de una plena conciencia del valor, de la lealtad a una causa; hombres que distinguían con claridad el bien del mal. Los patriotas de Mayo no esperaban recompensa alguna para sus horas de esfuerzo, ni a cambio del riesgo que corrían sus vidas; ni Belgrano o más tarde el Titán de los Andes pidieron al gobierno, ni esperaron, compensación alguna por sus infatigables luchas en beneficio de sus conciudadanos. Cuando el creador de la Bandera fallece el 20 de junio de 1820 en Buenos Aires, su última preocupación fue la misma que alentó durante su luminosa vida: el destino de su Patria. Hoy por hoy carecemos los argentinos de hombres públicos que puedan acreditar caracteres y personalidades morales tan acrisoladas como las de los nombrados. Algunos ni siquiera están enterados de la templanza espiritual que revelaron los próceres de Mayo. Pero en medio de una crisis política y moral como la que actualmente jaquea a la Nación, es necesario y urgente evocar tales ejemplos, porque el camino sólo puede seguir recorriéndose cuando conocemos a ciencia cierta el pasado. Lo que vendrá debemos encontrarlo siempre en el ayer, en lo que nos constituyó y nos dio sólida base moral.
corona porfa
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espero te sirva
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Los patriotas de Mayo
La Revolución de Mayo sirvió para asentar las bases de una nueva realidad política, pero los hechos revolucionarios demostraron que se trató de una consecuencia necesaria de la obra de los grandes hombres que los llevaron a cabo.
27.05.2001
POR JORGE E. MILONE La Revolución de Mayo constituyó un movimiento político que tuvo lugar en el Río de la Plata durante 1810. Pero a la vez fue la motivación de un cambio institucional al desplazar a las autoridades coloniales de España y asentar las bases para una nueva realidad política en los territorios otrora de la Corona de aquella nación. Sin embargo, los hechos revolucionarios demostraron que se trató de una consecuencia necesaria de la obra de los grandes hombres que los llevaron a cabo. Entre los patriotas paradigmáticos de la Revolución hallamos, sin duda, a Manuel Belgrano. El vencedor de Tucumán y Salta, escribió una vez: "Nada hay más despreciable para el hombre de bien, para el verdadero patriota que merece la confianza de sus conciudadanos en el manejo de los negocios públicos, que el dinero o las riquezas". La frase de Belgrano parece escrita para hoy. Su vigencia es inalterable. Asimismo, Mariano Moreno, Cornelio Saavedra, el olvidado Monteagudo, Castelli, entre otros, han sido patriotas que lucharon sin descanso por hacer de la nueva nación una de las más virtuosas de América. Es que la virtud pública ha sido siempre la base de sustentación de un país. En efecto, si sus funcionarios y gobernantes no la practican diariamente, para en cambio servirse de la función pública, la consecuencia de ello será la degradación moral del ciudadano, en razón de que lo bueno y lo malo, o lo justo y lo injusto, perderán su condición de categorías absolutas para ingresar fatalmente en la relativización de todos los valores. Cuando Saavedra reconoce que se necesitaba tanta agua para apagar tanto fuego al enterarse del destino de Moreno en el mar, estaba rindiendo homenaje a un jacobino de la Revolución que se había opuestos en la interna del gobierno patrio al conservadorismo del presidente de la Primera Junta. La firme convicción con la que Paso y Castelli defendieron el 22 de mayo de 1810 los derechos del pueblo de la patria naciente, también los coloca en la categoría de patriotas ejemplares. Pero no por ello fue menos sincera la prédica casi "in extremis" del obispo de Buenos Aires, Lue y Riega, en el sentido de una acendrada defensa de la hispanidad. No fueron menos esforzadas las batallas que acometieron San Martín, Belgrano, Brown, entre otros, para encender en América la llama de la independencia. Todos ellos eran hombres dotados de una plena conciencia del valor, de la lealtad a una causa; hombres que distinguían con claridad el bien del mal. Los patriotas de Mayo no esperaban recompensa alguna para sus horas de esfuerzo, ni a cambio del riesgo que corrían sus vidas; ni Belgrano o más tarde el Titán de los Andes pidieron al gobierno, ni esperaron, compensación alguna por sus infatigables luchas en beneficio de sus conciudadanos. Cuando el creador de la Bandera fallece el 20 de junio de 1820 en Buenos Aires, su última preocupación fue la misma que alentó durante su luminosa vida: el destino de su Patria. Hoy por hoy carecemos los argentinos de hombres públicos que puedan acreditar caracteres y personalidades morales tan acrisoladas como las de los nombrados. Algunos ni siquiera están enterados de la templanza espiritual que revelaron los próceres de Mayo. Pero en medio de una crisis política y moral como la que actualmente jaquea a la Nación, es necesario y urgente evocar tales ejemplos, porque el camino sólo puede seguir recorriéndose cuando conocemos a ciencia cierta el pasado. Lo que vendrá debemos encontrarlo siempre en el ayer, en lo que nos constituyó y nos dio sólida base moral.