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Respuesta:
Las principales características de la música de la época barroca son:
La polarización de la textura hacia las voces extremas (aguda y grave). ...
La presencia obligatoria del bajo continuo: junto a la línea melódica más grave (el bajo) se escriben unas cifras que resumen la armonía de las voces superiores.
Respuesta:
La polarización de la textura hacia las voces extremas (aguda y grave). Aunque se sigue escribiendo música a cuatro y cinco voces, estas no son ya de similar importancia, sino que se destacan la voz superior y el bajo, abreviándose la escritura de las intermedias en el llamado bajo continuo; esta textura suele llamarse bipolar o de monodía acompañada.
La presencia obligatoria del bajo continuo: junto a la línea melódica más grave (el bajo) se escriben unas cifras que resumen la armonía de las voces superiores. El bajo continuo era interpretado habitualmente por uno o varios instrumentos melódicos graves (violonchelo, viola da gamba, fagot...) más un instrumento armónico que improvisaba los acordes (clave, archilaúd, órgano positivo, guitarra barroca, arpa, tiorba...).
El desarrollo de la armonía tonal, en la que el movimiento melódico de las voces queda supeditado a la progresión de acordes funcionales, armados desde el bajo continuo. El ritmo armónico es rápido (cambio frecuente de acorde).
El ritmo del propio bajo establece un compás claro y sencillo (sea binario o ternario), muy uniforme, incluso mecánico.
El desarrollo de un lenguaje instrumental propio diferenciado del vocal, con adaptación de la escritura musical a cada tipo de instrumento (escritura idiomática). En los teatros de ópera aparece la orquesta, con predominio de instrumentos de cuerda frotada, base de la actual orquesta sinfónica.
La aparición de nuevas formas vocales e instrumentales: la ópera, el oratorio y la cantata entre las primeras, y el concierto, la sonata, la orquesta y la suite entre las segundas.
El gusto por los fuertes contrastes sonoros (entre coros, entre familias instrumentales o entre solista y orquesta), materializado en la policoralidad y el «estilo concertante», por oposición a la uniformidad de texturas y timbres habitual en el Renacimiento.
El amplio espacio dejado a la improvisación, tanto en obras libres como en las ya escritas, en forma de ornamentación.