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Sucede que, a veces, un pequeño gesto simbólico, tan simple e insignificante como colgar una carta en la puerta de una iglesia, puede cambiar el mundo de manera irreversible. Que las ideas y la determinación de un solo hombre pueden hacer tambalear los cimientos sobre los que se asienta todo un sistema político y religioso. Al menos ese es el razonamiento al que puede conducirnos la excesiva dramatización y teatralización de un determinado acontecimiento. Los ejemplos que encontramos entre las páginas de la historia son innumerables, desde el paso de Rubicón por parte de Julio César hasta el asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria. Y no andan desencaminados quienes piensas que cada uno de estos hitos marcó un antes y un después, pero no es menos cierto que dichos episodios no fueron más que la chispa que prendió una llamada avivada durante años por un cúmulo de factores no menos importantes. Tal es el caso del episodio con el que iniciamos nuestro relato, del que hoy se cumplen quinientos años y que suele considerarse el punto de partida de la Reforma Protestante.
sharon orozco