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Los rituales son, pues, procesos con acciones especiales, diferentes a las ordinarias, aun cuando se puedan practicar a diario, e incluyen objetos o palabras investidas de
la posibilidad de modificar creencias, relaciones, significados o realidades.
Aunque en el ritual hay una preparación previa, podemos identificar claramente
tres etapas: el inicio, el desarrollo propiamente dicho de la sesión y la conclusión.
El ritual se inicia con la separación del oficiante, quien se prepara internamente,
con reserva, silencio, intencionalidad y por lo general con alguna dieta especial y abstinencia sexual. El momento de la realización tiene un inicio, una etapa de desarrollo y
un final, con acciones precisas, conexión con el contexto, los participantes y el mundo
invisible. El oficiante observa y controla las interacciones que se dan en el espacio ritual
abierto y utiliza diversos elementos y técnicas para lograr sus fines. La conclusión del
ritual mediante algún acto significativo y el regreso a la realidad cotidiana, ordinaria,
permite la integración de la experiencia y la reintegración personal.
Los ritos sacrificiales, como su nombre lo indica, “sacralizaban, hacían sagrado”
un acto ordinario mediante la aceptación consciente de un dolor, una renuncia sentida
o la ofrenda en un espacio ritual. En algunos pueblos de la antigüedad los sacrificios
humanos eran comunes y aceptados por el oficiante, la comunidad y la víctima, “por
un fin superior”.