• Asignatura: Castellano
  • Autor: melisaeg816
  • hace 7 años

un argumento del cuento "soñar en colores" de mario benedetti

Respuestas

Respuesta dada por: aless79
1

Respuesta:

Lo cierto es que la primera casa

relevante fue, al menos para mí y no

siempre por buenas razones, la de la

calle Capurro. En primer término, allí

nació mi hermana; en segundo, mi

viejo cambió de trabajo y ello redundó

en un considerable aumento en sus

entradas; en tercero y último, me

enfermé de cierto cuidado y el médico

prohibió que concurriera al colegio. La

convalecencia fue interminable, pero

pasados los primeros meses mi viejo

contrató a una maestra particular que,

tres veces por semana, dedicaba cuatro

horas diarias a mi (deformada)

formación.

Se llamaba Antonia Vico. Recuerdo el

apellido porque rimaba con abanico, y

éste era un artefacto que ella llevaba en

las cuatro estaciones. Aunque siempre

estaba acalorada, mi madre nunca le

ofrecía el ventilador, pues en mi

condición de eterno convaleciente una

mera corriente de aire podía

provocarme una recaída, o, en el más

leve de los casos, una serie de treinta y

dos estornudos. Me consta que era

delgada, con piel muy blanca y unos

ojos oscuros que me dedicaban dos

tipos de miradas: una, dulce y

comprensiva, cuando mis padres

estaban presentes, y otra, inquisidora y

severa, cuando nos dejaban solos. En resumidas cuentas, no fue un amor a primera vista.

En general, cuando un niño cualquiera goza de una maestra privada para su exclusivo desgaste, la tendencia

natural es a recibir la lección del lunes y luego darle una lectura rápida para así quedar bien cuando llegue el

repaso del miércoles. Yo en cambio hacía todo lo contrario: estudiaba el lunes la lección que ella iba a

impartirme el miércoles, lo cual provocaba en la pobre muchacha una gran frustración, una suerte de vacío

pedagógico, y acaso el temor de que si mis padres se enteraban de que yo avanzaba en mis conocimientos sin

que su aporte didascálico* fuera imprescindible, decidieran prescindir de tan fútiles servicios. Sin embargo, yo

podía ser perverso pero no delator, de modo que nunca comenté con mis padres mis retorcidas tretas de

alumno. Mi objetivo no era que Antonia se quedara sin trabajo, sino más bien que tomara conciencia de con

quién se las veía. De modo que así seguimos: yo anticipándome a su lección, ella aprendiendo a respetarme.

Como me sabía cada tema al dedillo, y detectaba de inmediato cualquier desvío u omisión de su parte, a veces

parecía que era yo quien tomaba la lección y ella la que pasaba apuros.

Sólo seis meses después de una inflexible aplicación de esa técnica, o sea cuando al fin estimé que mi

honorabilidad estaba a salvo, decidí permitirle que nuestra relación retomara un ritmo más normal y en

consecuencia acepté que me dictara la lección antes de yo aprenderla. De más está decir que me lo agradeció

en el alma y a partir de ese reajuste empezó a mirarme con ojos dulces y comprensivos, aun cuando mis

padres no estaban presentes. Tengo la impresión de que hasta llegó a amarme. Y a esta altura ya no vale la

pena ocultarlo: creo que también la amé un poquito, tal vez porque aquella mirada dulce, que ahora disfrutaba

en exclusividad, me derretía por dentro.

Explicación:

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