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Si nos paramos a analizar aquellos componentes que forman la identidad nacional nos percataremos de que está integrada por elementos percibidos como propios y como ajenos. Es decir, por lo común y por lo diferente. Esta perspectiva se caracteriza por la aseveración de que lo que da sentido a la existencia, y por tanto, a la identidad son los otros, sin ellos no habría un nosotros y viceversa. Es decir, al formar una identidad estamos excluyendo todas las demás, por ejemplo, si yo me defino como española automáticamente no puedo ser francesa. Para algunos autores, como Miquel Rodrigo Alsina (1997), la identidad no se construye sobre lo mimético sino sobre lo diferente. Con nuestra identidad no solo nos damos sentido a nosotros mismos, sino que se lo damos a los demás: por tanto, establece un cierto sistema de significación, estructura y orden. Al crear un discurso identitario que delimita un grupo pueden ponerse en funcionamiento mecanismos de inclusión pero, también, de exclusión.
La identidad es un intento de responder a ¿quién soy? Pero, también, es un intento de responder a ¿quiénes somos? Es decir, por un lado encontramos la identidad individual y por el otro, la identidad grupal. La identidad individual es poliédrica, y está formada por cada una de las identidades grupales que poseemos, por ejemplo, el yo perteneciente al grupo de trabajo, el yo perteneciente a la familia, el yo perteneciente a la comunidad, etc. Nuestra identidad personal se pone en relación con un entorno, y cuando nos sentimos que en ese entorno comparten algunos de nuestros atributos empezamos a formar parte del grupo incorporando esa identidad grupal a nuestra identidad individual. Por tanto, tal como afirma Miquel Rodrigo Alsina “nuestra identidad es exclusiva e individual, pero al mismo tiempo tiene una proyección grupal ”.
Nuestras identidades grupales son las caras del poliedro de nuestra identidad individual. La identidad grupal también ha sido definida por diversos autores como identidad social. Para Benedict Anderson (1983) las identidades sociales son imaginadas, porque los miembros que pertenecen al grupo ni siquiera se conocen. Para conseguir la unión y formar una identidad común se “inventan” diferentes vínculos comunicativos donde construir repositorios de sentido compartido. Por tanto, la comunidad es creada de manera artificial.
Los miembros de la nación son sociabilizados en un universo simbólico común, que se sitúa por encima de la experiencia individual. En la misma línea se pronunció Eric J. Hobsbawm (1983). Para él, las tradiciones que se utilizan para dar sentido al grupo y formar las identidades sociales son igualmente “invenciones”, que se construyen instrumentalizando el recurso a la Historia como base legitimadora (que se construyen desde la contemporaneidad). Es decir, usamos y evocamos el pasado como más nos interesa, respondiendo a criterios que tienen sentido en clave actual.