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No hace falta pensar mucho para concluir que a la base de muchos conflictos que ocurren al interior de las familias, las empresas, con los amigos o los vecinos, está la dificultad para aceptar las diferencias, la incapacidad para ponerse en el lugar del otro y la falta de respeto frente a las decisiones y necesidades de los demás. Hoy más que nunca es necesario comenzar a redefinir los valores básicos y las actitudes positivas que hacen posible una convivencia sana. La tolerancia es uno de ellos. Para muchas personas tolerar quiere decir aguantar, soportar, padecer, “tragar entero” o sufrir. La tolerancia real es algo bien distinto: es no agredir, rechazar o ignorar a la persona o situación que tenemos en frente, por el solo hecho de ser diferente a lo que esperamos. Actuar de manera tolerante implica aprender a escuchar, reconocer y aceptar otras versiones de las cosas. Tiene que ver con la decisión de transigir y ceder, pero por encima de todo, de comprender que la diferencia hace parte de la vida. La tolerancia es un camino por recorrer que se va entendiendo y aprendiendo con el paso de los años (y con un poco de esfuerzo). Uno no nace tolerante o intolerante se trata más bien de ir adoptando una actitud de nos enfrentamos a un acontecimiento. También cuando asumimos de corazón que todos cometemos errores y podemos ver en la falla una oportunidad para aprender y no solo un acto que hay que censurar. La vida está hecha de pequeñas cosas; la tolerancia también. Ser tolerado y aceptado por los demás es, en una u otra medida, algo deseado y buscado por todos. Lograrlo, es uno de los grandes retos y una apuesta de cada día. Necesitamos tolerancia para aceptarnos a nosotros mismos y poder aceptar a los demás con sensibilidad, justicia y respeto.Tomado del Diario La
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