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La primera carta de amor que García Márquez le escribió a Mercedes Barcha, la hizo en un avión entre Barranquilla y París. Era 1955, y el entonces joven periodista viajaba a Europa, donde trabajaría como corresponsal para El Espectador.
No estaba seguro de si obtendría respuesta. Lo que sí sabía era que en caso de no tenerla, no regresaría a Colombia. Al parecer el estar en su país sin la joven elegante de huesos salidos y cuello alargado, hija de un boticario, a quien había conocido once años antes en Magangué, no era precisamente un escenario donde le interesaba estar.
Pero, no por suerte, sino porque así estaba escrito, Mercedes le respondió a los pocos días. Fue así, por correspondencia, que este amor creció y se mantuvo durante los dos años siguientes (tiempo en que García Márquez terminó su trabajo en Europa y se trasladó a Venezuela para escribir en revistas locales). Cuando la necesidad de verla cara a cara se hizo más fuerte que su hambre por buscar la noticia, Gabo empacó sus maletas y viajó a Barranquilla para casarse con Mercedes.
Lo hicieron en la iglesia del Perpetuo Socorro, en el barrio Boston, el 21 de marzo de 1958. En varias oportunidades, biógrafos de García Márquez han dicho que desde ese día, más que su esposa, Mercedes se convirtió en una extensión de la personalidad del nobel colombiano. Es ella quien se encargó de manejar el mundo real, mientras él creaba universos mágicos con su literatura.
Cuando se fueron a vivir a México en 1965, García Márquez había renunciado a su puesto como editor de las revistas Sucesos y La familia, para dedicarse totalmente a escribir Cien años de soledad. A medida que aumentaban las páginas, aumentaban también las deudas, al punto que para poder alimentar a sus dos hijos, Rodrigo y Gonzalo, Mercedes se endeudó con el panadero, el carnicero y el vendedor de verduras de la colonia San Ángel Inn, donde vivían. «Gabriel está escribiendo un libro, cuando termine seguramente le podrá pagar».
La frase «solo falta que sea mala», que pronunció cuando, por falta de plata, solo pudieron enviar por correo la mitad del manuscrito de Cien años de soledad a Editorial Sudamericana, en Argentina, fue solo una muestra de la singular dinámica que unió a la pareja.
Mercedes creía en Gabo, y fue suficiente para que el panadero, el carnicero y el vendedor de verduras le creyeran. «De ella se ha sabido únicamente lo que ha querido que se sepa; que ha sido, como dice, buena esposa y buena madre; que ha acompañado a García Márquez en las buenas y en las malas». Así lo cuenta el periodista Héctor Feliciano en el libro García Márquez periodista, en la segunda entrevista que Mercedes ha dado en su vida.
Y es que a la Gaba, como se le conoce cariñosamente, nunca le ha gustado el papel protagónico. En esa misma entrevista comentó que no entiende por qué la gente dice que es la columna de la pareja, cuando el que hace las cosas es Gabo. «Yo nunca he trabajado, ¿para qué?, yo no sé hacer nada». Pero quienes los conocen, saben que es ella la que le organizaba las finanzas, la que dio el visto bueno a las inversiones, y la que se aseguró de que sus hijos fueran los otros dos grandes orgullos del escritor, Rodrigo en el cine y Gonzalo en el diseño gráfico.
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