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Todo país tiene una serie de características que son parte de su mismo Ser. Son elementos que de alguna forma están presentes en cada ciudadano; en una proporción o en otra.
Parte de ese Espíritu, en las naciones cristianas, es justamente el cristianismo. Por ello, no se aplicará ninguna teoría ni práctica democrática en contra de los valores del cristianismo, ni en contra de los valores humanos y espirituales que fundamentan la actuación del buen ciudadano.
Jesucristo es el Señor de los cristianos, y por tanto el Señor del pueblo, y por tanto el Señor de la Constitución de los pueblos.
La constitución 4V establece estos valores y virtudes del cristianismo como eternos, invariables y convenientes para el desarrollo del ser humano. No son negociables. Por ello, ningún proceso de consulta popular al respecto tendrá eficacia.
Existe una irrenunciable responsabilidad de custodia sobre los pueblos y sus virtudes y valores, que recae sobre las mentes y corazones de los hombres y mujeres serios de una nación.
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