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Había una vez un Por qué que estaba en la página 819 de un diccionario. Se cansó de estar siempre en el mismo sitio y, aprovechando una distracción del bibliotecario, ¡pies para que los quiero! Mejor dicho: pie para qué te quiero. Salió saltando a la pata coja sobre la patita de la “q”. Lo primero que hizo fue fastidiar a la portera.
-¿Por qué no funciona el ascensor? ¿Por qué el administrador de la comunidad no lo manda a arreglar? Por qué no hay luz en el rellano del segundo piso?
La portera tenía trabajo. Responderle a un Por qué tan preguntón la incomodaba. Lo persiguió con la escoba hasta la calle y le gritó muy enfadada que no volviera nunca más.
-¿Por qué me echa? -preguntó indignado el Por qué -¿porque digo la verdad?…
Y se fue por el mundo con ese vicio de hacer preguntas. Me toman siempre como un impertinente, como si fuera un cobrador de impuestos al que hay huir.
-¿Por qué la gente tira al suelo los papeles en lugar de echarlos en las papeleras que el ayuntamiento pone para eso? ¿Por qué los automovilistas tienen tan poco respeto a los pobres peatones? ¿Por qué los peatones son tan imprudentes?
No era un Por qué, era una ametralladora que disparaba preguntas y no se salvaba nada ni nadie. Por ejemplo, pasaba por delante de una barraca de madera y preguntaba:
-¿Quién vive aquí?
-Un albañil.
-¿Qué es un albañil?
-El que hace casas.
-¿Y por qué si construye casas vive en una barraca?
-Porque no tiene suficiente dinero para pagar alquiler.
-¿Y por qué los alquileres son tan caros?
-Porque sí.
-¿Y por qué sí?
En la jefatura de policía se supo que había un Por qué suelto por ahí, huido de la página 819 del diccionario y que no hacía sino incordiar. Hicieron imprimir su fotografía y la distribuyeron a todos los agentes con esta orden: “Búsquenlo, deténgalo y métanlo a la cárcel”.
También hicieron imprimir grandes carteles con su fotografía y los pegaron por todas las esquinas. Al pie escribieron: “100.000 Euros y una botella de cerveza a quien nos ayude a capturarlo.”
-¿Por qué? -se preguntaba el pobre Por qué chupándose el dedo bajo uno de aquellos carteles-. ¿Por qué quieres mandarme a la cárcel? ¿Es que está mal hacer preguntas? ¿Prohíbe la ley los signos de interrogación?
Busca que te busca, pero nadie logró encontrarlo nunca.
Los guardias de todo el mundo, a pesar de que son millones y hablan muchas lenguas, no han conseguido encontrarlo jamás. Nuestro buen Por qué se ha escondido muy bien, un poco por allí, otro por allá. Está en todas las cosas. En todas las cosas que ves hay un Por qué.
FIN