1.-si dios siendo un padre amoroso y nos ha creado a su imagen y semejanza,¿porque jesus se encarno en el hijo de dios?
2.-¿cual es el misterio de la unión entre el hijo de dios y la humanidad?
3.-¿que actitudes realizas con tu familia en tu casa en estos tiempos de pandemia?
Respuestas
Respuesta:
Lo que la Iglesia cree de Cristo, hunde sus raíces en el modo que tuvo Jesús de creer en Dios. Pero, a la vez, la fe de la Iglesia permite inferir cómo ha podido ser la experiencia espiritual de Jesús. Esta referencia recíproca entre Cristo y la Iglesia invita a indagar en los en los fundamentos antropológicos y teológicos de la fe "de" Jesús, en las dificultades y posibilidades que Jesús ha podido tener para creer en su Padre, puesto que así él enseña por qué y cómo han de creer también los hombres. Por esta vía descubrimos que el Padre, al resucitar a Jesús, triunfa sobre el Mysterium iniquitatis y, contra toda sospecha de indiferencia ante el sufrimiento humano que pudiera recaer sobre Él mismo, da pruebas de ser un Dios que merece fe. El Padre merece fe, pero no la merecería si Él no "creyera" también en la humanidad como "creyó" en su Hijo Jesús. Es el amor del Padre que en última instancia produce confianza en Él y entre los hombres.
Respuesta:1. LA FE DE LA IGLESIA EN JESÚS
A la fe "de" Jesús se accede a través de la fe de la Iglesia "en" Jesús. La Iglesia que ha experimentado a Jesús resucitado interpreta en esta experiencia su "fe en Cristo". La fe en Jesús constituye la salvaguarda exacta de la unión histórica perfecta entre el Hijo y el Padre. No hay ninguna posibilidad de conocer la "fe de Jesús", dos mil años después de su muerte, que no sea la que nos ofrece la Iglesia que experimentó su resurrección y vive de ella hasta nuestros días.
Es decir, no hay acceso posible a Cristo que no sea histórico y, por tanto, hermenéutico. Los textos bíblicos que nos hablan de Cristo han sido escritos todos sin excepción por discípulos suyos. Y, por otra parte, pueden ser mejor comprendidos por los que hoy los leen en la misma Iglesia que los produjo. Los episodios de la vida de Jesús llegan hasta nosotros por la pluma de los primeros escritores cristianos que, junto con sus comunidades, creyeron que él había resucitado y recuperaron su historia para anunciarlo al mundo entero. No son textos neutrales. Han sido escritos precisamente para despertar y sostener la fe en Cristo. Si se trata de indagar en la humanidad de Jesús, por ejemplo, es en definitiva imposible hacerlo separándola de la humanidad de la Iglesia que nos habló de ella y de nuestra propia humanidad. Sabemos qué significa que Jesús haya llamado a Dios Abba al modo como nos lo cuenta una Iglesia que desde entonces reza el "Padre nuestro". En contrario, es absurdo pensar que se pueda conocer a Cristo saltándose a la Iglesia, a sus hagiógra-fos y a los testigos de ayer y de hoy. La Iglesia no es Cristo y Cristo no es la Iglesia, pero pretender separarlos lleva a olvidar exactamente lo que hay que recordar. Esto es, que la fe de la Iglesia "en" Cristo se funde con la fe "de" Jesús, imposibilitándonos conocer esta sin aquella.
Pero hay más. La fe cristiana en sí misma es una realidad histórica: la Iglesia ha creído en Cristo a lo largo de los siglos. La modalidad de la fe cristiana admite innumerables versiones correspondientes a épocas y culturas muy distintas. Es tal la imbricación histórica entre la fe de unos cristianos y otros, que se trasmiten el Evangelio y lo reciben ad modum recipientis, que cualquier intento por fijar el concepto de la fe en las categorías de un tiempo y lugar determinado resulta arbitrario. La fe, que no puede darse sino inculturada, que en ruptura total con una cultura se hace ininteligible, bien puede verificarse en culturas muy variadas (7).
Bien podría decirse que entre fe, libertad e historia se da una relación triangular necesaria. La fe, antes de plasmarse en un credo (fides quae), constituye una decisión, una opción, un abandono y una obediencia libre a Cristo y al Padre (fides qua), en respuesta al llamado de Dios a confiar en Él porque en el pasado dio pruebas de confiabilidad y también en el futuro cumplirá su palabra. La historia es inherente a la fe porque la libertad opta por Dios cuando tiene "memoria" cultural-mente acumulada de la fidelidad de Dios y porque se orienta por una "promesa" divina que la sostiene, sea para crear un mundo distinto, sea para soportar aquellos sufrimientos que inclinan a pensar que no hay historia sino fatalidad. La fe supone una historia, la experiencia temporal de un Dios que, porque ama, libera al hombre para que, con su creatividad, comience otra vez la historia y la enderece hacia su fin. Sin historia no hay fe. Sin fe no hay historia. En ambos casos la libertad movida por el amor conecta a una con otra, precaviéndolas del pesimismo y de las esclavitudes con que normalmente se conjura el riesgo de la misma libertad.
Tal es el carácter histórico de la fe cristiana que lo que ha salvaguardado el dogma de la Iglesia ha sido la historicidad de Jesucristo. Se critica a la fórmula del concilio de Calcedonia (451) que no da razón de las vicisitudes humanas de Jesús de Nazaret, de su predicación del reino de Dios, etc., pero esta crítica está descaminada porque no pondera lo que entonces estaba en juego y que constituye la garantía ulterior de lo que se exige. A saber, que el Hijo de Dios ha asumido perfectamente la humanidad con todo lo que ella implica, incluida la incertidumbre de avanzar por la vida bajo el régimen del discernimiento de la voluntad de Dios. De aquí que la fe en Cristo es la fe en un ser histórico, no en "algo" imperecedero, sino en "alguien" que ha debido actuar y decidir humanamente, como lo especificó posteriormente el Concilio de Constantinopla III (680). El dogma cristiano ha custodiado la historia de Dios con el hombre que, llegada la plenitud de los tiempos, se tradujo en la prueba máxima de la fidelidad de Dios y la mejor expresión de la fe en Dios de un israelita.
Explicación: