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Respuesta:
La regeneración fue un movimiento político surgido en Colombia en la segunda mitad del siglo xix, liderado por Rafael Núñez. Su objetivo era cambiar la organización que tenía el gobierno y la sociedad colombiana, a partir de lo establecido por la Constitución de 1863, con la que habían creado los Estados Unidos de Colombia y que convirtió al país en una República Federal. El lema de la regeneración fue "Una Nación, una raza, un Dios".
El movimiento regenerador estaba conformado por los conservadores y los liberales moderados, en oposición a los liberales radicales, que ostentaban el poder.2 La situación del país era caótica,3 y tras la guerra civil de 1876, el presidente Aquileo Parra fue el último mandatario perteneciente al llamado "Olimpo Radical".4 A este le sucedió en la presidencia el general Julián Trujillo, en 1878, que venía de triunfar en la guerra por la facción liberal moderada. Núñez era en ese momento el presidente del Congreso y en la ceremonia de posesión del cargo de Trujillo, el 1° de abril de 1878, pronunció un discurso en el que incluyó la frase que trazó el destino de los cambios que se iban a dar: Hemos llegado a un punto en que estamos confrontando este preciso dilema: regeneración administrativa fundamental o catástrofe
Explicación:
Respuesta:
Como para cambiar: otra guerra civil. La de 1885, que tuvo importantes consecuencias: la pérdida del poder por los liberales, después de un cuarto de siglo de más bien caótico federalismo. Y a continuación medio siglo de hegemonía conservadora, iniciada por un gobernante nominalmente liberal bajo el solemne título de la Regeneración
Explicación:
El régimen de los liberales radicales empezaba, ya se dijo, a hastiar a la nación. Libertad y progreso, sí: “un mínimo de gobierno con un máximo de libertad”. Pero el modesto progreso del naciente capitalismo local se había venido abajo a partir de la crisis económica mundial del año 1873. Cayeron las exportaciones, y con ellas los ingresos fiscales. Le escribía un radical a otro: “Deuda exterior, contratos, pensiones, sueldos: ¿cómo se puede gobernar sin dinero?”. Y todo lo agravaba el gran desorden provocado por un federalismo extremo, paradójicamente sazonado de centralismo absolutista en cada uno de los nueve Estados soberanos: gobiernos nacionales débiles y breves, y continuas sublevaciones regionales tanto conservadoras como liberales, y fraudes electorales de un lado y de otro. De entonces data el cínico aforismo que preside las elecciones en Colombia:
“El que escruta elige”. Sumando la de la República y las de sus Estados soberanos eran diez soberanías en pugna. Diez constituciones, diez códigos civiles, diez códigos penales, diez ejércitos. Y cuarenta revueltas armadas en veinticinco años. Se pudo decir: “La nación está en paz y los Estados en guerra”.
Fue por entonces cuando en este país empezó a usarse de manera habitual la palabra “oligarquía”, que en su original griego significa “gobierno de unos pocos”. En Colombia el término se tradujo por “gobierno de los otros”: era el que usaban los conservadores para referirse al pequeño círculo de los radicales en el poder, y el que más adelante usarían los liberales para designar al círculo aún más pequeño de los conservadores, cuando cambiaron las tornas.
En 1884 fue reelegido a la presidencia Rafael Núñez, el liberal que dos años antes, como presidente del Senado, había pronunciado su ominosa frase: “Regeneración o catástrofe”. Y ahora quiso poner en práctica la primera parte de su advertencia en colaboración con una fracción de los conservadores, la encabezada por Carlos Holguín, ya desde hacía años promotor de alianzas y “ligas” con las disidencias del Partido Liberal. Pensaba Holguín que el regreso de los conservadores al poder (¿como en los breves años de Ospina?, ¿como en los largos siglos de la Colonia?) sólo podía lograrse maniobrando en zigzag, dando bordadas, como un velero avanza contra el viento. Con Núñez, sus relaciones eran mejores y más estrechas que las de cualquier jefe liberal del radicalismo: ya en su gobierno anterior (90-92) le había encargado a Holguín la reanudación de las relaciones diplomáticas con España, sesenta años después de la guerra de Independencia.