Las ideas políticas de Bernardo Monteguedo?

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Respuesta dada por: roquemecarolina548
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Bernardo Monteagudo es una de las figuras más cautivadoras de la emancipación hispanoamericana. Hijo del misterio, vivió de drama en drama y terminó su vida con una tragedia. Viajero incansable, de Buenos Aires a Panamá, actuó

en la lucha por la libertad desde 1809 a 1825. Su prosa lo

distingue entre todos los escritores de su tiempo. Fué, según

Ricardo Rojas, "el más hábil prosista de la independencia

americana". Su gloria estuvo envuelta en sombras y sus ideas

no fueron bien entendidas. Hoy hay pocas dudas sobre sus

escritos. Son suyos los densos de ideas y no le pertenecen los

que sólo encierran palabras y pobres flores de retórica. Él

continuó en el Plata y en toda América el esplendor liberal

del razonamiento de Moreno. Ninguna otra pluma de su tiempo alcanzó su elevación y su energía. Su paralelo con Moreno

sólo puede hacerse en forma ideal. Son los personajes los que

se asemejan en el vigor de su mente y en sus principios liberales. Sus ideas son a menudo distintas porque distintas eran

también las épocas y porque los problemas que enfrentaban

no tenían tampoco rasgos comunes. No puede, por tanto, repetirse que Monteagudo es el continuador de Moreno. Por el

contrario: en alguna oportunidad, Monteagudo aludió a Moreno sin comprenderlo y sin admirarlo. El mismo Monteagudo tampoco fué comprendido. Tuvo calumnias y hasta fué llamado histérico, y se habló, en sus ideas, de fuertes contradic177  

ciones. Fué presentado como un demagogo y un fanático de

la libertad. Sus enemigos llegaron a escribir, después de su

muerte: "Ideas liberales le acabaron; ideas liberales le enterraron". Este joven y extraordinario luchador —no tenía

cuarenta años cuando lo asesinaron— se nos presenta como

la antítesis de lo que imaginaron sus intérpretes. No varió de

doctrina ni necesitó amoldarse a los cambios de la política

mundial y lejos de ser un exaltado de la demagogia fué un

liberal lleno de moderación, contrario a los gobiernos populares, sin frenos, que confunden libertad con desorden y gobierno de las masas. En este sentido, no adaptó sus ideas a los

hechos exteriores, sino que, en forma interrumpida, trató de

imponer a los hechos sus ideas. No tuvo de la Patria el concepto moderno que empezó a formarse años después y tenemos nosotros. Su patria eran las Provincias Unidas y también

toda América. Una sola vez, en sus escritos, emplea la palabra argentinos y es para referirse a los habitantes de Buenos

Aires. Los demás eran americanos y la libertad por la cual

él luchaba era también una libertad para el Continente. Odiaba la anarquía, el federalismo y los amores a esas patrias chicas que nada representan. Quería una América unida y fuerte, gobernada por un liberalismo idealista fundado en el estudio y en el desprecio al fanatismo religioso. Temía, como hombre de gobierno, la intervención inculta de las masas con sus

caprichos y sus violencias. Era, pues, un furibundo antidemócrata al par que se presentaba, desde el punto de vista idealista, como un entusiasta liberal. Cosechó, así, la incomprensión y el odio de los demócratas y de los absolutistas y clericales. La historia del mundo lo había educado con grandes

ejemplos, y las obras de filósofos griegos, historiadores romanos, políticos anglonorteamericanos y pensadores de su tiempo llenaron su mente de principios que él transformó en ideas

propias, en doctrinas y en teorías ricas y nuevas. La influencia de Rousseau fué en él más fuerte de lo que hasta ahora se

ha sospechado. Todos sus pensamientos sobre los derechos naturales del hombre y la forma en que pueden regirse son una

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glosa pura del Contrato social. Ésto no significa, de ningún

modo, influencia de la revolución francesa. Hay que distinguir entre un filósofo inspirado en la filosofía griega y enseñanzas del cristianismo y los hechos históricos que se conocen

con el nombre de Revolución francesa. Si Rousseau fué admirado por los revolucionarios franceses, también lo fué por los

idealistas de otras partes del mundo; pero no puede decirse

que unos influyeron sobre otros. Quien influyó sobre todos fué,

simplemente, Rousseau. Monteagudo tenía una conciencia profética de su destino y anunció a menudo la sospecha inconsciente de su tragedia. La fatalidad, en efecto, estuvo a su lado y a veces él mismo representó la fatalidad. Todos sus pasos coincidieron con hechos de sangre, con luchas y violencias.

Nada de misterioso hay en ésto. Era un déspota que odiaba a

los déspotas y un liberal que detestaba a los liberales. Contradicción profunda y extraña, pero única para comprender su

genio y su destino. Nunca actuó con dulzura ni tolerancia.

Hablaba de morir por la libertad y no se compadeció de quie

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