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Tras muchas vicisitudes y polémicas, hoy es posible disfrutar de espacios públicos sin humos que vulneren el derecho a un aire limpio por parte de los no fumadores. Quizá sea conveniente recordar que no hace demasiados años, los cigarrillos expandían sin trabas su niebla tóxica entre los usuarios de tranvías, autobuses o cines, e incluso inundaban con su humo contaminador clínicas y hospitales. Por desgracia, hoy se alzan de nuevo malos augurios para alérgicos, asmáticos y personas sensibles a los efectos del tabaquismo, ante la posibilidad de una potencial derogación de la normativa vigente, levantándose la veda de los humos incontrolados. Presumiblemente, una vez más, oscuros intereses económicos se perfilan detrás de esta funesta regresión, cuando hasta los más incondicionales fumadores se habían acostumbrado a respetar la salud de sus agraviados conciudadanos. Pero, ¿qué beneficio mercantil puede estar por encima del bienestar general, cuando, además, la adición al tabaco implica un importante gasto sanitario? Ahora que tanto se parlotea de recortes y más recortes, y de la importancia de la prevención como medida fundamental de salud, ¿hemos de permitir semejante retroceso, a costa de los pulmones más vulnerables?
Tanta energía derrochada para conseguir unos avances que parecían consolidados puede devenir tan inútil como el futuro de tantas otras conquistas logradas gracias a décadas de activismo social, en pos del derecho a un ocio satisfactorio englobado en el estado del bienestar