1. ¿Como aplicamos la democracia como forma de vida en el contexto actual?
2. ¿Que valores democráticos debemos practicar en el la actualidad? ​

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Respuesta dada por: Anónimo
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Respuesta dada por: carlostarrillo48
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Respuesta:Dos son a mi juicio los problemas fundamentales que la sociedad moderna debe plantearse y resolver seria y honradamente, si seria y honrada es su aspiración a realizar un orden social democrático: Uno es el problema de la representatividad política; el otro es el de la competencia ciudadana. Ambos están íntimamente relacionados, no pudiéndose resolver el primero sin abordar el segundo: sin competencia ciudadana no hay verdadera representatividad.

Carente de esa premisa, el intento moderno por superar el despotismo ilustrado conduce a una forma de democracia meramente formal, enmascaradora del paternalismo de una sociedad del bienestar, obra de ingenieros sociales. En el mejor de los casos lo que hoy llamamos democracia no ha pasado de ser una nueva forma de aristocracia, y en el peor de ellos una forma de oligarquía. Michel Foucault ha descrito muy bien el proceso histórico de transformación de las técnicas de poder, desde un ejercicio brutal y despótico a un ejercicio suave y bondadoso cuya denominación adecuada es paternalismo.

Afincada en un racionalismo instrumental, la mentalidad moderna construye sus teorías de la sociedad a través de dos patrones alternativos: uno de raíz kantiana, que busca el establecimiento de sistemas regulativos que garanticen a priori la igualdad y la justicia, y otro de raíz utilitarista que mide la actuación humana desde el rasero de la eficacia y del resultado. Ambos criterios aparecen barajados en proporciones diferentes en las formas concretas de sociedades democráticas existentes, dando el Estado Social prioridad a las reglas, mientras el Régimen de Mercado acentúa el criterio utilitarista. Común a ambos modelos es la reducción de la pluralidad concreta de «los hombres» a la pluralidad abstracta y descarnada de «el hombre», ese hombre de la estadística que es al mismo tiempo todos y ninguno; es decir, la reducción de la subjetividad de un «tú» y un «yo» a la objetividad de un «él», sin por ello dejar de hablar de Yos transcendentales y de intersubjetividades. Mientras que lo que preocupa, por ejemplo, a John Rawls es la construcción de un ámbito institucional que garantice la bondad de las acciones distributivas de la justicia, quiere Habermas establecer a priori los cauces de un diálogo social que garantice el consenso y la legitimidad democrática. La participación ciudadana en esas teorías de la sociedad es una participación abstracta, alejada de toda concreción cotidiana.

A este lado del Pirineo, sin ser filósofo político, nuestro Antonio Machado nos recuerda que no hay caminos a priori, sino que todo camino se hace al andar. El comportamiento democrático no reside en obrar con la mira puesta en un resultado socialmente deseable y estipulado de antemano, pues de buenas intenciones sabemos que está empedrado el camino del infierno; ni tampoco en obedecer a un sistema perfecto de reglas de juego, elaborado por varones sabios o expertos. Ni la virtud necesita reglas, ni el vicio se frena por más reglas que le pongan. La ejemplaridad del comportamiento, una conducta que muestra más que dice, debía ser de mayor importancia en la vida política que esa producción de buenos resultados que nos recuerda las palabras de Mefistófeles al doctor Fausto: «Ich bin ein Teil von jener Kraft, die Böses will und Gutes schaft». Y la bondad de las instituciones depende más de la calidad moral de los individuos que las administran, que de la perfección de sus estatutos y sus reglas directrices.

Pero -dirán ustedes- ¿acaso las reglas mismas no son resultados de la actividad de los individuos? Justamente eso es lo que sostengo. El diálogo y el acuerdo no necesitan reglas previas, las reglas se forjan en el propio diálogo. Si no hemos de caer en un utilitarismo de la regla, lo importante será la capacidad cívica y ética de los individuos, pues donde hay buen cocinero la buena cena se da por añadidura, pero donde los cocineros tienen que estar siguiendo las recetas culinarias al pie de la letra, la calidad del resultado es altamente insegura. Una cosa son las reglas como expresión de una experiencia asimilada («Del acto nase la costume e de la costume nase la ley» como diría el Rey Sabio) y otras son las reglas estipuladas por unos para ser seguidas por otros. Si no jugamos todos, más vale romper la baraja.

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