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A fines del siglo XIX, una serie de cambios en el campo pedagógico generaron un nuevo escenario en el complejo mapa de la cultura física argentina. Si bien la preocupación de médicos, pedagogos, militares y políticos por el universo de las prácticas corporales (gimnasias, juegos, sports, rondas escolares, excursiones, colonias de vacaciones, ejercicios físicos activos, etc.) estaba presente en la legislación escolar, en los discursos de los grandes educadores y en los médicos e higienistas más reconocidos de las últimas dos décadas del siglo XIX, el decreto de abril de 1898 –por el cual se estableció la “reorganización completa de la educación física secundaria”–, propiciado por el Ministro de Instrucción Pública Luis Beláustegui, siguiendo los consejos del prestigioso Inspector General Pablo Pizzurno, sería el fin de un proceso y el comienzo de otro con relación a la forma de problematizar el cuerpo en movimiento (Scharagrodsky, 2011).
Tres aspectos fuertemente interrelacionados sobresalieron en el decreto, dirigido a los Colegios Nacionales Argentinos. En primer lugar, el significativo espacio material y simbólico dedicado a esta disciplina escolar. Las cuatro horas por semana destinadas a esta materia, y sus justificaciones, sugirieron un nuevo prestigio disciplinar (Goodson, 1995, 2003) y, consecuentemente, un nuevo status, mayores recursos y la creación, dos años después, de los primeros cursos de formación docente en la disciplina en cuestión. De hecho, el aumento de horas escolares destinadas a la práctica de los ejercicios físicos, generó la disminución de la enseñanza en otras disciplinas escolares. En segundo lugar, se produjo un cambio en la episteme que legitimó a dicha práctica. Un nuevo régimen de saberes definió la forma en que funcionaban los cuerpos. Así es que emergieron con fuerza, entre otras ramas de la medicina, los estudios de la fisiología del ejercicio, especialmente los provenientes de Francia y de Italia, de la mano de gigantes de la fisiología, como Fernand Lagrange (1845-1909) y Angelo Mosso (1846-1910) (Rauch, 1985; Vigarello, 2003, 2005; Gleyse, 2007). En tercer lugar, se definió a la otredad. La nueva tradición en el campo de la cultura física, comenzó a cuestionar la enseñanza de la gimnasia militar y sus derivados en la escuela, y propuso, en nombre de la ciencia médica y del higienismo reinante, dos prácticas modernas: los juegos y los ejercicios físicos racionales. El encargado de dar forma al decreto, y justificar la nueva propuesta, fue un joven estudiante de medicina llamado Enrique Romero Brest (1873-1958).
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