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La primera similitud se refiere a cómo, en ambas guerras, la disputa doméstica venía instrumentalizada por la ambición de la potencia hegemónica transpirenaica: tanto en 1700 cuanto en 1808, España limitaba al norte con una monarquía que —fortalecida por su mayor poderío demográfico, político y militar y ocupada por una dinastía distinta de la aquí a la sazón reinante— ansiaba imponer su supremacía en la península ibérica y en su imperio ultramarino, con la esperanza de que, teniendo a España como vasalla, la monarquía gala se haría invencible.
Napoleón continuaba la obra de Luis XIV.
La segunda similitud estriba en que en ambas guerras la población de los reinos orientales militó entusiástica y masivamente contra las pretensiones del respectivo bando francés. No cabe descartar otras hipótesis explicativas que reduzcan la similitud al juego de simples coincidencias fortuitas .
La tercera similitud se refiere a los motivos justificatorios de la legitimidad de las pretensiones.