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La a diversidad indígena nómada en Sonora es la más extensa y rica que esta la región aridoamérica puede tener. Ahí habitan los warohios, rarámuri, guarijíos, yaquis y mayos, como el resultado de un largo e histórico proceso de redistribución étnico-regional que fue evolucionando a cada uno de estos grupos.
Entre las fronteras de Sonora y Sinaloa, se encuentra la región en donde habitan los mayos, pajko’ora o yoreme. Se trata de esta tribu que comparte su origen, lengua e historia con los yaquis. Algunos las han definido como culturas hermanas, quienes formaban parte de la familia cahita y ellos, a su vez, se relacionaban con los ocoroni y guasave –ya desaparecidos–. Desde entonces, los mayo, habitan en comunidades con centros ceremoniales, como los Júpare, Etchojoa, San Pedro, San Ignacio Cohuirimpo, Pueblo Viejo, Navojoa, Tesia, Camoa, Huatabampo y Conicárit.
Los mayos, que quiere decir “gente de la ribera”, se reconocen a sí mismos como yoremes o “el pueblo que respeta la tradición”. Para ellos, el yori es “el hombre blanco que no respeta”, mientras que los indígenas que niegan sus raíces y compromisos comunitarios son los torocoyori –o “el que traiciona”, “el que niega la traición”–.
Los pajko’ora sobrevivieron en los terrenos áridos de Sonora desarrollando numerosas técnicas de agricultura y ganado. Con el paso del tiempo, lograron cultivar maíz, tabaco, frijoles, algodón y chile, no sólo adelantaron sus conocimientos astrónomicos, también introdujeron al sol, las estrellas y la luna en sus prácticas ceremoniales. Inclusive, su agricultura se vio intensificada con la tecnificación, el uso de fertilizantes, de sistemas de riego y la ampliación de zonas de cultivo mediante el desmonte. Se dieron también a la tarea de criar ganado bovino, caprino, porcino, equino y hasta aves de granja
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