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El coronavirus nos obliga a asumir una espiritualidad y una actitud nuevas ante la realidad. No hace distinciones de clase, como sí hace la gastroenteritis, que mata a millares de niños desnutridos, ni de orientación sexual, como el sida, que afectaba mayoritariamente a los homosexuales. Ahora todos somos vulnerables, aunque varíen las franjas etarias y las situaciones de riesgo.
Todos nos vemos forzados al recogimiento obligatorio. A volvernos hacia el interior de la casa y de nosotros mismos. A desasirnos. Ese abandono de las actividades de rutina y las agendas programadas nos puede sublevar o humanizar. Sublevados quedarán quienes están apegados a ciertos hábitos que, por ahora, están prohibidos, como ir al cine, al teatro, al club. En el caso de los ancianos, no podrán tener contacto con los nietos y deberán mantenerse el mayor tiempo posible en sus casas.