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Si un lector desprevenido dejó de leer informes vinculados a la economía argentina hacia principios de año, seguramente se encontrará muy sorprendido de leer noticias actuales. En muy pocos meses, el país sufrió un vertiginoso cambio de ciclo económico signado por una frágil posición externa, un paulatino pero imparable deterioro de las condiciones socioeconómicas de los sectores medios y bajos, y pocos fundamentos para esperar una mejora en el corto plazo.
¿Qué pasó? ¿Cómo puede ser que un país que en 2017 había empezado a mostrar indicios de recuperación (aunque no de crecimiento) y cierto ordenamiento de sus variables haya podido tener tan pocas respuestas a un cambio de condiciones internacionales? ¿Qué medidas se tomaron para mitigar estos daños? ¿Qué puede esperarse hacia adelante?
Para responder estas preguntas, hay que comprender algunos aspectos sustanciales de la estructura económica argentina, diagnosticar los problemas de raíz que presenta, y luego analizar las políticas y enfoques económicos que contribuyeron a esta crisis.
El potencial argentino
Contrario a lo que el sentido común suele indicar sobre Argentina, si bien se trata de un país rico en recursos naturales, estos no alcanzan para dar forma a un modelo económico integrador e inclusivo. De acuerdo a la medición de Capital natural per capita del Banco Mundial, Argentina ocupa el puesto número 40 del ranking de países con mayor dotación de recursos naturales explotables por habitante, detrás de naciones como Australia, Arabia Saudita, Canadá o Brasil. Esto significa que 45 millones de personas no pueden vivir de las exportaciones primarias o de bajo valor agregado como las del complejo oleaginoso, con grandes ventajas comparativas.
Argentina es un país con un entramado productivo heterogéneo, con fuerte presencia del sector industrial. La industria manufacturera es, con más de 1.300.000 puestos de trabajo (casi 20% de la población económicamente activa), es el principal empleador, el que paga mejores salarios y el que presenta menores índices de informalidad en un país con 30% de su población bajo la línea de pobreza. Cada puesto industrial directo genera, además, 2,5 empleos indirectos. Por supuesto, competir con bienes industriales y con valor agregado en un mundo donde la frontera tecnológica se corre día a día, es difícil.
El 72% del comercio internacional se explica por bienes manufacturados y cada vez pesan más los intangibles que engarzan industria con servicios. En este contexto, Argentina tiene la capacidad, la historia y la estructura para jugar un rol más significativo. Hoy solo exporta bienes de media y alta tecnología por 500 dólares anuales por habitante, lejos de los países desarrollados. Estos países despliegan políticas industriales cada vez más sofisticadas que ponen la generación de valor en el centro, como dinamizador de la economía: Italia está implementando un ambicioso plan (Impresa 4.0) que premia con un 50% de crédito fiscal la inversión en investigación y desarrollo, garantiza préstamos y destina 2.700 millones de dólares a un fondo para la productividad y el capital intangible. Estas iniciativas integrales y de articulación público-privada también se ven en Estados Unidos (Adavanced Manufacturing Program), Reino Unido (The Plan for Growth), Japón (Abenomics), China (Made in China 2025), Alemania (Sociedad Fraunhofer) y Taiwán (Productivity 4.0).
¿Cuál es entonces el camino para el desarrollo argentino? Si bien coconsideraba que no existía tal cosa como una «restricción» si estamos abiertos a los mercados internacionales de crédito. Ninguno de los extremos, queda demostrado, resultaron adecuados. Entre 2016 y hoy, el sector público argentino asumió compromisos en moneda extranjera por cerca de 150.000 millones de dólares. La exposición argentina al dólar fue creciendo, volviendo frágil la economía del país a los cambios internacionales. Ahora bien, ¿por qué la situación externa pesó más en Argentina que en otros países de la región? Si bien todos padecieron la «tormenta» financiera, Argentina es hasta ahora el único «inundado». La clave está en las respuestas que Argentina dio al cambio de contexto internacional.