Respuestas
Había una guerra contra los turcos. El vizconde Medardo
de Terralba, mi tío, cabalgaba por la llanura de Bohemia1
hacia el campamento de los cristianos. Le seguía un
escudero de nombre Curcio. Las cigüeñas volaban bajas,
en blancas bandadas, atravesando el aire opaco e inmóvil.
—¿Por qué tantas cigüeñas? —preguntó Medardo a
Curcio—, ¿a dónde vuelan?
Mi tío era un recién llegado, habiéndose enrolado
hacía muy poco, para complacer a ciertos duques vecinos
nuestros comprometidos en aquella guerra. Se había
provisto de un caballo y de un escudero en el último
castillo en poder de los cristianos, e iba a presentarse al
cuartel imperial.
—Vuelan a los campos de batalla —dijo el
escudero, lúgubre—. Nos acompañarán durante todo el
camino.
El vizconde Medardo había aprendido que en aquel
país el vuelo de las cigüeñas es señal de buena suerte; y