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Hay ocasiones en que la Iglesia formaliza una forma nueva de referirse a María. Justo este año, el Papa Francisco formalizó el título de «María, Madre de la Iglesia». Muchos concilios ecuménicos convinieron de forma específica en resolver tal ambigüedad, en especial con relación a Jesús y María. El título «María, Madre de Dios» es un buen ejemplo de la forma en que los obispos convinieron proceder en un concilio ecuménico bajo la guía del Espíritu Santo para articular y proclamar la fe correcta.
Ellos creían que María era solo la madre de la naturaleza humana de Jesús y no de su naturaleza divina. Así pues, solo se referían a María como la Madre de Cristo , pero no como la Madre de Dios . Afirmaban que María podía ser llamada solo Madre de Jesús. Los obispos que se congregaron en el Concilio de Éfeso afirmaron la unidad inseparable de las naturalezas divina y humana de Cristo desde el momento de la concepción de Jesús, y que, debido a la naturaleza divina presente en el niño Jesús aún no nacido, María podía ser debida y correctamente llamada Theotokos, que significa literalmente «Portadora de Dios» pero que es más comúnmente traducida como «Madre de Dios».
La cuestión con la Theotokos tenía en realidad más que ver con Jesús que con María, en concreto, la inseparabilidad de sus naturalezas humana y divina desde el momento de la concepción. María existe en relación con Jesús y debe siempre ser entendida en el contexto de esa relación. La Iglesia Católica celebra esta gran aclaración de fe cada año el 1 de enero con la solemnidad de Santa María, Madre de Dios, que es fiesta de guardar. Obviamente todos estos errores al comprender a Jesús conducirían a errores para comprender a María también.
Efrén declara, «Por su poder, el seno de María fue capaz de llevar a Aquel que lo soporta todo». Que, al profundizar en los misterios de este tiempo de Navidad, podamos pedir la gracia del Espíritu Santo para que nos ayude a comprender más plenamente el maravilloso don de Dios en Jesús y a siempre honrar a María por su relación con nuestro Señor. También deberíamos pedir que, como María, también encontremos siempre nuestra verdadera identidad en nuestra relación con Jesús el Verbo eterno que se hizo carne en el seno de la Virgen María.