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Respuesta:Obviamente la revolución trae por un lado el fin de la sociedad monárquica y la construcción de una república, es un cambio importante y la independencia de un país nuevo. Pero también cambia la economía de manera brutal, porque todo lo que estaba estructurado antes en torno del circuito ligado sobre todo a Potosí (con la producción de plata) se desmorona. Y por lo tanto empieza un modelo que más adelante vamos a llamar agroexportador, como forma alternativa a través del libre comercio. Por lo tanto la clase dominante cambia su composición. En los lugares más poderosos como la región pampeana pasa de ser comerciante a terrateniente, y esto va a tener una impronta muy grande en lo que después fue Argentina.
A nivel popular, que es lo que a mí me interesa, la revolución implica una serie de desafíos: el debilitamiento enorme de la esclavitud que era fundamental, el fin del sistema de castas por el que de acuerdo a tu color de piel tenías derechos diferentes. Si bien la sociedad siguió siendo profundamente racista, ya no lo es a nivel jurídico, en teoría ya no hay derechos diferenciados por el color de piel, sino que –otra vez– en teoría todos pasaban a ser iguales ante la ley. Por supuesto eso no funcionaba plenamente, pero ya no existe esa sociedad jurídica, que es lo que ordenaba la sociedad colonial. Y después lo que hubo fueron desafíos que iban más allá pero que no funcionaron. Cuando vos escuchás el grito de los artiguistas, que es “nadie es más que nadie”, es un fuerte igualitarismo que implicaba la posibilidad de acceder a la tierra, la posibilidad de acceder a los recursos, la posibilidad del autogobierno, digamos, socialmente hacia abajo. Eso terminó fallando pero no por eso no existió. Si uno ve ese momento revolucionario en la década de 1810, es realmente un momento de desafío muy grande a la sociedad previa y donde el horizonte de expectativas, lo que la gente pudo soñar, fue mucho más allá de lo que pasó políticamente más tarde en Argentina.
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