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La tecnología es, ha sido y será el motor del progreso de la humanidad. En una sociedad cada vez más gobernada por algoritmos, es un deber inaplazable analizar, desde la ética y los derechos humanos, los impactos de la tecnología en la vida de las personas. Deep Blue fue el primer ordenador capaz de ganar a un campeón del mundo de ajedrez. El maestro de maestros Garri Kaspárov sucumbió a aquel mamotreto de doce toneladas desarrollado por IBM con un resultado de 3½-2½. Ocurrió en 1997, mucho antes de que Black Mirror atrapara al público con sus relatos distópicos. Por aquellos tiempos, concretamente en 1998, el científico estadounidense Raymond Kurzweil publicaba el libro La era de las máquinas espirituales. Aseguraba que, en un futuro no muy lejano, una máquina dotada de inteligencia artificial podría realizar todas las tareas intelectuales humanas y sería emocional y autoconsciente, y que en el año 2050 aparecería una nueva especie humana, cuya era bautizó como transhumanismo. Más tarde fundaría la famosa Singularity University, afincada en Silicon Valley. Si bien sus conjeturas no están exentas de polémica y muchos ingenieros y tecnólogos prefieren observarlas con distancia, el desconocimiento de las fronteras tecnológicas impide subestimarlas. Por algo Kurzweil es, desde 2012, el director de Ingeniería de Google. «El problema que se nos plantea no es dónde va a estar el conocimiento. Va a estar en los ordenadores, porque nosotros tenemos una capacidad de lectura de 600 palabras por minuto y un ordenador puede leer 600 millones de páginas por minuto, de manera que no podemos competir». El filósofo y pedagogo José Antonio Marina introducía con estas palabras el debate La era de las máquinas, organizado por Ethic, en colaboración con Telefónica, con el objetivo de profundizar en los dilemas que plantea la revolución digital, de la mano de un grupo de expertos de primer nivel. «El problema es quién va a tomar la decisión», zanjaba Marina: «Si defendemos que las decisiones deben fundarse en el conocimiento, entonces las tomarán personas. Si no desarrollamos las herramientas intelectuales humanas para manejar la tecnología, la tecnología nos va a manejar a nosotros. Teniendo en cuenta que los ordenadores nos van a proporcionar una realidad expandida, deberemos educar en una inteligencia expandida».
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