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La Reforma Protestante iniciada por Martín Lutero dio, en materia político-religiosa, una base legítima antes inexistente a los territorios que, disintiendo del régimen imperial, buscaban su propia autonomía. El argumento que subyace a esta afirmación, tiene relación con la necesidad que tenían las autoridades religiosas de mantener una fe ciega sobre su infalibilidad a nivel popular. Ello porque si la autoridad papal en materia religiosa era puesta en duda, los pilares que sustentaban su dominio terrenal caían; aquello fue precisamente lo que sucedió en gran parte de Europa.
El quiebre que se produjo en la sociedad europea del siglo XV es difícilmente cuantificable en cuanto raramente se manifiesta en cifras. Por el contrario, sí es verificable a nivel cualitativo, en el cambio social sin precedentes que se vivió a lo largo de éste y el siguiente siglo. “La Reforma fue causada por la disolución de los principios y estructuras fundamentales que soportaron la Edad Media”[1] Se podría decir que este “nuevo sentir” de la época, sentir que revaloraba al individuo, precedió y fomentó el advenimiento de la Reforma, la cual a su vez, terminó por potenciar el Humanismo, a modo de una relación simbiótica. El Humanismo significó un alejamiento del canon medieval, mas el quiebre sólo terminó por producirse con la Reforma. En ese sentido se puede sostener que la Reforma, si bien precedida en muchos aspectos por el Humanismo, fue finalmente el elemento que quebró el orden imperante, generando una serie de conflictos a nivel de sociedad. Conflictos cuya resolución terminó a su vez por elevar la figura del individuo. En primer lugar, porque antes de la Reforma no se había producido un quiebre, sólo un alejamiento de la institución eclesiástica (Baja Edad Media). En segundo, porque la Reforma, al poner en jaque la infalibilidad de la Iglesia Católica en materia espiritual, rompió su dominio político, lo cual finalmente legitimó la separación de territorios que se encontraban bajo el dominio papal. Finalmente, porque esta nueva apertura religiosa se extendió a otras áreas del saber, fomentando con ello las artes liberales.
Con respecto al tránsito a una “mentalidad moderna”, aunque incipiente a todas luces, se hizo presente ya en la Edad Media.
… algunas secciones de la historia tienen este carácter [transitivo] tan acentuado que es lícito llamarlas tiempos típicos de transición. A ellas pertenece la más tardía Edad Media, es decir, el siglo XV, pero también la tardía Edad Media, es decir la época que comienza en 1300 poco más o menos… En efecto, la tardía Edad Media entra entonces bajo el común denominador de causas de la Reforma, y se ve que muchas y profundas corrientes de fuerza de la época entran sin violencia bajo este denominador.[2]
Se puede deducir que si este tránsito fue “sin violencia” (a diferencia de la Reforma misma), las ideas, en vez de chocar en un enfrentamiento frontal, se fueron infiltrando a la sociedad. En otras palabras, la conciencia clara sobre la necesidad de “reformar la sociedad” se hacía cada vez más patente. En lo religioso, se pide un Concilio para reformar una Iglesia que cada día parecía estar más interesada en la política terrenal que en el desarrollo espiritual de los pueblos.
…humanistas de la más variada estirpe, todos coincidían en el reclamo de una teología más bíblica y menos escolástica, de un clero mejor formado y más pastoral, de una piedad popular más libre de adherencias que decían supersticiosas, de un papado y de un episcopado menos temporal.[3]
Claramente, en este punto aún se busca una Reforma al interior de la Iglesia – idea que ciertas corrientes nunca abandonan y que posteriormente servirá como centro de gravedad para la Contra-reforma – y por lo mismo no constituye una posición radical que augure una ruptura. En este sentido, la presencia de estas “ideas humanistas” no prefigura ni constituye un cuestionamiento radical a la infalibilidad de la Iglesia. Será necesaria una figura como Lutero para desencadenar la ruptura.
El violento cambio que significa la reforma en la totalidad de la existencia europea –eclesiástica, religiosa, científica, política e incluso económica—es, en su mitad, el resultado de un desplazamiento y descomposición que comienza hacia 1300. La otra mitad se llama Lutero.[4]
En el Preludio de la cautividad babilónica de la iglesia (1520), Lutero señala
Comenzaré por negar la existencia de siete sacramentos y, por el momento, propondré sólo tres: el bautismo, la penitencia y el pan. Todos ellos se ha reducido por obra y gracia de la curia romana a una mísera cautividad, y la iglesia ha sido totalmente despojada de su libertad.[5]
Con ello cuestiona la autoridad religiosa de la Iglesia Católica, hasta ese entonces todavía universal. La combinatoria de factores políticos, estratégicos, religiosos y técnicos (imprenta) permiten que las críticas protestantes se conviertan en “la primera gran campaña mediática en occidente”.[6]
Explicación: