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IGLESIA Y LITERATURA
Ignacio Solares
Se me ha pedido que aborde el tema de “Iglesia y literatura” en esta mesa so- bre “Los espacios religioso y profano” en “la relación Iglesia-Estado durante el porfriato y la Revolución Mexicana: connivencia o cisma”. Puesto así, se trata de un tema impresionante que, sin embargo, ha sido poco abordado, por lo menos desde la perspectiva de la historia de la literatura. Sería deseable que historiadores, sociólogos, antropólogos y demás especialistas le hincaran el diente y lo estudiaran con mayor profundidad a la que aspiran estas breves notas que buscan, sobre todo, animar el diálogo.
Desde mi experiencia como escritor, en varias de mis obras he tocado al- gunas de las aristas de la relación entre la creación literaria y la fe religiosa. Ha sido una preocupación constante y permanente que tengo desde que era muy joven. En Cartas a un joven sin Dios (2008) regresé a la gran pregunta de mi vida: cuál es el sentido de la existencia y si existe la trascendencia. En esa interrogante me la he jugado toda mi vida, pero ha resurgido con más fuerza sobre todo en un momento en el que la juventud se encuentra muy perdida, desbalagada, desorientada.
Uno de los dramas que podemos ver hoy con total claridad es que se nos acabaron las utopías, las ilusiones, las esperanzas. En mi juventud siquiera teníamos la esperanza del socialismo: estaban la Revolución Cubana, el Che Guevara, eran agarraderas; había un camino para decir: si, por lo menos, no existe Dios, podemos luchar por el hombre mismo. Lamentablemente en la actualidad impera la desazón.
El signo de nuestros tiempos es la desilusión. Se nos acabó todo. La política se ha convertido en el más grande horror. Cada vez nos alejamos más de ella. Los jóvenes están llenos de vacío y eso provoca un problema físico: la angus- tia, la depresión. He ahí uno de nuestros más graves problemas actuales. Para enfrentar esa depresión y superarla no hay que luchar contra ella con ansio- líticos, antidepresivos ni drogas mágicas, sino hay que asumirla como parte de este mundo, y así poder salir de ella. En realidad, debemos apuntar a algo94
ignacio solares
muy sencillo: vivir en forma plena. Una de las cosas que más pueden ayudar- nos es saber que somos seres únicos, libres, y que cada quien puede hacer de sí lo que quiera: un querubín, un ángel o un demonio con tridente, pero aquí en la Tierra, donde todos somos seres únicos, lo primordial es darnos cuenta de nuestra unicidad, para luego salir al encuentro con el Otro.
Yo tuve la ventaja —o desventaja, según se quiera ver— de que estudié en una escuela de jesuitas. Sin lugar a dudas, han sido algunos de los mejores educadores que ha habido en el mundo, por más que, sin remedio, intentaran inducirnos hacia la fe católica e, incluso, cuando descubrían en el alumno cierta supuesta vocación, hacia el seminario.
Recuerdo cuando, poco antes de salir del segundo año de preparatoria, uno de los sacerdotes —quien por cierto impartía una espléndida clase de literatu- ra española—, me preguntó si , en fn , no había yo pensado que a lo mejor , dada mi sensibilidad y mi fe , mi camino era por el rumbo del sacerdocio. Una ola de saliva amarga me subió a la boca. Aún no entiendo bien a bien por qué me sentí tan agredido. ¿Quizá porque se adentraba de golpe y porrazo, sin ningún derecho, en un terreno que aún era para mí tan íntimo y confictivo?
El caso es que no encontré mejor respuesta que decirle el problema para mí era..., en fn , en estos últimos meses , había perdido la fe La había perdi- do del todo, así, de golpe. Entonces fue él quien se desconcertó y preguntó: —¿Así de golpe, nomás?
—Sí, así de golpe —le dije—. Una noche empecé a rezar mis oraciones, pero tuve que detenerme porque supe que ya no tenía fe.
No volvió a tocar el tema, se portó siempre muy respetuoso, y lo único que hizo a partir de entonces fue insistir en que cuando yo quisiera..., si así lo deseaba , podíamos platicar
Nunca lo hice —las pláticas sobre mis dudas teológicas con los jesuitas las había “superado” desde que leía, ávidamente, a autores como Jean-Paul Sartre y Albert Camus—, y lo que en verdad me afectó es que, para ser coherente con mi tajante declaración sobre la pérdida de la fe , dejé de comulgar.
Sin embargo, al alejarme de la Iglesia la experiencia religiosa adquirió un carácter muy distinto, sin remedio. Por eso digo que el gran reto de los cató- licos actuales es convertirnos al cristianismo.
André Malraux —que no era creyente, por cierto— vaticinó que el siglo xxi será religioso o no será. Esta sociedad posmoderna, supertecnologizada, que parece haber superado cualquier preocupación metafísica, en realidad se siente más desamparada y angustiada que nunca. Mientras en los países desarrollan