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En el ámbito de las políticas culturales parece evidente que uno de los efectos colaterales de la crisis global que hemos vivido, y que desgraciadamente todavía está muy viva para muchas y muchos, es el cambio de tono de los discursos. Las palabras, como siempre nos recordaba Eduard Miralles, tienen diferentes significados según el momento histórico y el lugar geográfico.
El último informe del CoNCA se centra en la dimensión social de la cultura, la Fundació Carulla a través de la jornada MUTARE ha elaborado con el sector un decálogo sobre cultura y transformación social, la consejera Laura Borràs reivindica los proyectos y ámbitos culturales que más allá del rendimiento económico tengan “retorno social”, el Institut del Teatre y la Fundació Pere Tarrés organizan conjuntamente unas jornadas sobre evaluación en proyectos de artes escénicas y transformación social, la OCDE propone una guía para medir la función social de los museos y podríamos seguir con otros ejemplos recientes.
Parecería que el discurso sobre el impacto económico de la cultura, tan reivindicado durante muchas décadas, ha pasado a segundo término o ha quedado integrado en esta mirada más holística que hace hincapié en el potencial de los espacios y las expresiones culturales compartidas por rehacer un tejido social claramente dañado por el incremento de las desigualdades.
En el mundo de la cooperación al desarrollo y las relaciones culturales internacionales en el que se mueve la Fundación INTERARTS, esta ya fue la óptica defendida en su día por Eduard Delgado y el Consejo de Europa: cultura como factor de desarrollo integral, económico y social.
Es cierto sin embargo, que hoy crecen las demandas de proyectos que incorporen el factor cultural desde ámbitos de políticas públicas y programas de cooperación que parecían ajenos a este. Es la tan famosa transversalidad o interrelación de la que habíamos hablado mucho durante años y que para Jesús Martín Barbero debía ser “homeopática”. Es el momento de demostrar que podemos establecer puentes, dialogar con otros mundos y profesionales y trabajar por fin juntos para alcanzar retos y objetivos compartidos.
En los Objetivos de Desarrollo Sostenible de 2030, esta gran agenda universal con la que nos vamos comprometiendo, no fue posible, a pesar de los esfuerzos del sector cultural internacional (liderado en buena parte por las y los profesionales de INTERARTS y la Agenda 21 de la cultura), situar más claramente el rol de la cultura.
Aun así, en el análisis del documento final que hacían los compañeros de la Comisión de Cultura de la Red de Ciudades y Gobiernos Locales Unidos (CGLU) se ponían de manifiesto las oportunidades que se abrían para los agentes culturales de intervenir desde su experiencia y capacidades creativas para contribuir a alcanzar los indicadores establecidos por la comunidad internacional.
Los estados y gobiernos deben ir dando cuentas del cumplimiento de estos objetivos e indicadores. Cataluña y Barcelona se han posicionado en este sentido y han apostado de manera clara. A los que trabajamos en y desde la cultura, nos hace falta hacer un esfuerzo para dar visibilidad a nuestras aportaciones, como lo están haciendo los otros sectores.
La cultura siempre ha sido el centro de las transformaciones sociales, de todas, porque lo que transforma una sociedad es precisamente su manera de entenderse a sí misma, de definir sus prioridades y valores, de convivir con la diferencia y de adaptarse al medio ambiente según las condiciones, que hoy tienden a ser cada vez más extremas. Los lenguajes artísticos avanzan y expresan estas visiones
Explicación paso a paso: