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El sueño de El Dorado, la ciudad perdida hecha de oro, llevó a muchos conquistadores a emprender una búsqueda inútil, y muchas veces mortífera, a través de las selvas y montañas de Sudamérica. Pero siempre fue en balde. Según confirman descubrimientos arqueológicos recientes, "El Dorado" no era realmente un lugar, sino una persona.
La llegada de Colón a América en 1492 marcó el inicio de un choque de culturas como pocos registra la historia. Fue una brutal confrontación de visiones completamente opuestas sobre lo humano y lo divino.
El mito europeo sobre una ciudad perdida de oro que estaba ahí para ser descubierta por un conquistador aventurero encapsula la sed insaciable de los europeos por el metal dorado y el deseo inquebrantable de exprimirle todo el jugo a las nuevas tierras.
El mito suramericano de El Dorado, por otra parte, revela la verdadera naturaleza del territorio y las personas que vivían ahí. Para éstas, El Dorado nunca fue un lugar, sino un gobernante tan rico, que supuesta mente se bañaba en oro de pie a cabeza cada mañana y se lavaba todas las noches en un lago sagrado.
La verdadera historia detrás del mito ha sido reconstruida como un rompecabezas en años recientes utilizando una combinación de textos históricos antiguos e investigación arqueológica.
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