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La décima es una de las formas estróficas de mayor arraigo y amplia distribución en toda Latinoamérica, siendo especialmente significativa en la poesía popular y rural. Ejemplo de esto es la actual pervivencia de prácticas como las payas, donde suele usarse que dos o más cantores se enfrenten en un duelo de décimas improvisadas en el momento, con acompañamiento musical, generalmente la guitarra
Al comenzar el siglo XX, el poeta modernista uruguayo Julio Herrera y Reissig (1875-1910) hace ya la crítica metaliteraria de esa forma, en una especie de parodia culta de la poesía de los payadores de su país, insertando imágenes que adelantan la vanguardia, y en particular el expresionismo. El mejor ejemplo de esto es su «Tertulia lunática», que comienza:
La espinela toma su nombre del poeta, novelista y vihuelista malagueño Vicente Espinel, de fines del siglo XVI, cuya contribución consistió en fijar la estructura de rimas de la décima en abbaaccddc. Además, solo puede haber pausas después de los versos pares, particularmente después del cuarto. Durante los siglos XVII y XVIII la décima se usó con frecuencia para el epigrama y la glosa de otros poemas; Félix Lope de Vega, en su Arte nuevo de hacer comedias (1609), escribió que «las décimas son buenas para quejas» en las obras teatrales, pero las empleó indistintamente para cualquier tema. Desde entonces no ha decaído su uso en la poesía española e hispanoamericana como forma tan cerrada como el soneto y apropiada para el poema redondo y el epigrama, y ha sido la estrofa predilecta de algunos poetas de la Generación del 27, como Jorge Guillén o Gerardo Diego.