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El auge de la globalización en los años 1990 hizo plantear a muchos intelectuales la idea del fin de las fronteras, algunos más aventureros expresaron que entrábamos en una “era postcolonial”, en la cual el Estado-nación era fuertemente cuestionado (Appadurai, 1996). Sin embargo, desde entonces hemos sido testigos del “retorno de las fronteras” (Amilhat-Szary, 2006). Con dolor e impotencia hemos visto la multiplicación de muros fronterizos, más de treinta muros desde el 11-S, quince solamente en el 2016 (Moras, 2016). Este fenómeno denominado “fronterización” (Grimson, 2003) ha significado una transformación de las fronteras, cumpliendo más bien la función de “filtro de flujos” para llevar a mejor término un tratamiento diferenciado de los mismos (Amilhat-Szary, 2015; Liberona, 2015). A pesar de que este fenómeno no sólo atañe a la migración, ésta ha sido la principal afectada, debido al aumento de la migración irregularizada y por tanto de los cruces clandestinos. Álvarez (2016) afirma que el ingreso clandestino a países como Estados Unidos y los europeos, ha sido extremadamente perseguido en los últimos años, sin lograr disminuir el flujo de migrantes indocumentados, sino más bien atrayendo al crimen organizado, que ha logrado controlarlo a través de las tarifas y de los peligros mortales (Álvarez, 2016; Kearney, 2006). En la actualidad, este tipo de migración se expande en Latinoamérica, pues las crisis económicas y políticas de países como Colombia, Cuba y Venezuela han transformado las rutas migratorias tradicionales, dirigiéndose a países vecinos o del sur del continente, demostrando a su vez que las estructuras rígidas alimentan fenómenos como el tráfico y la trata de personas (Rodríguez, 2007; Bello, 2013).
2En América latina, las fronteras tienen la característica en común de que fueron impuestas para “ordenar” el Nuevo Mundo (Popescu, 2011). Esto demuestra el carácter exógeno de la construcción de las fronteras latinoamericanas, así como un ordenamiento del mundo de tipo colonial y occidental que se aleja de la comprensión local del mismo, lo que incide en su construcción, deconstrucción y reconstrucción. Otra de las características relevantes es que en la mayoría de los casos las fronteras están situadas en lo que se denomina “zonas extremas”, es decir, alejadas de los centros, con baja población y bajos niveles de desarrollo respecto a los mismos países (Amilhat Szary y Rouvière, 2009). Estas características las convierten en espacios que muchas veces han sido considerados “vacíos”, concepción que ha sido propicia para la intervención estatal de las fronteras, sin considerar las realidades e interacciones locales. Sin embargo, los dinamismos propios de las fronteras nos invitan a plantear fenómenos que podríamos llamar de “desfronterización”, de apertura o de transgresión de los límites impuestos, a pesar de que a veces se enmarcan en contextos de consolidación de los Estados-nacionales. Esto ha podido observarse a partir del desarrollo fronterizo experimentado, es decir, de las condiciones socio-económicas que afectan de manera particular a la sociedad local (Dilla y Álvarez, 2018), por ejemplo a la “ciudad de frontera”, sus dinámicas de intercambio y los diversos proyectos políticos de desarrollo fronterizo, tal como relatan los autores Camuss y Rossenblit (2011) sobre la ciudad fronteriza de Arica, en el norte de Chile, durante la primera mitad del siglo XX.
3Es importante que, dentro de un contexto global de aumento de teorías en los estudios fronterizos, desde nuestro Sur, reunamos al pensamiento emergente sobre el tema. Y este es el objetivo que buscó el llamado de este número; recoger desde un lente de aproximación “multifocal” las interpretaciones que se están haciendo actualmente respecto del problema de la fronterización/desfronterización de acuerdo a las especificidades locales de las fronteras de la región. No obstante, en el presente número, los artículos recibidos, y los seleccionados, se posicionan desde prácticamente dos grandes paradigmas sobre la frontera; por un lado, el impacto de la fronterización en las migraciones, situando el debate de la frontera, no solamente como límite jurídico-administrativo de los países, sino también como fundamento simbólico de las políticas públicas que atañen a la inmigración en Chile y Sudamérica. Y, por otro lado, la dinámica transfronteriza que se da en el espacio fronterizo, definido como multidimensional y multiescalar, la que constituye diversas territorialidades. En el primer caso, en el discurso y las acciones políticas, la soberanía del Estado es argumento para vulnerar los derechos de los y las migrantes. En el segundo caso, la soberanía estatal ha sido fundamento para construir territorialidades que desconocen o invisibilizan la transfrontericidad, especialmente en su dimensión económica, en desmedro de las regiones fronterizas y los actores que ahí se relacionan.
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