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Ciudad de México, 8 de junio (MaremotoM).- El teatro La Capilla es un foro que nació como una iniciativa de Salvador Novo por impulsar el teatro. Adquirió un terreno que otrora había sido una hacienda y en la parte que compró había una capilla desvencijada, de ahí el nombre que conocemos actualmente. Con ayuda de su amigo, el arquitecto Alejandro Prieto, le dio vida al recinto que vio la luz el 22 de enero de 1953 con El presidente hereda, de Cesare Giulio Viola. No obstante, los problemas económicos llevaron a que el teatro cayera en el abandono y, tras la muerte del poeta en 1974, pasó a manos del doctor Salvador López Antuñano que, junto con Jesusa Rodríguez, decidió impulsar de nueva cuenta el espacio escénico, para reabrir sus puertas en 1980 con la puesta ¿Cómo va la noche Macbeth?, dirigida por Rodríguez, basada en la tragedia de William Shakespeare. Desde entonces el espacio ha tenido que sortear distintas adversidades porque diversas compañías han tenido que abrirse camino —espinoso por cierto— en las calles y espacios alternativos adaptados para su representación.
Esta vez, el histórico recinto que fundara Salvador Novo, alberga una obra de títeres bajo el nombre de El doctor improvisado, una adaptación —muy bien lograda, dicho sea de paso— del maestro Rolando García de aquella novela del escritor polaco Bruno Traven, Macario —llevada al cine en 1960 bajo la dirección de Roberto Gavaldón y protagonizada por Ignacio López Tarso— con música de Alejandro Montaño, escenografía de María Luz Conde, vestuario de Rosalía Rodríguez y música en vivo de Alan García (jarana huasteca y guitarra) y Olin García (guitarra y violín).
El doctor improvisado
El doctor improvisado en La Capilla. Foto: Roberto Feregrino
El doctor improvisado cuenta la historia de un Sastre que no tiene dinero suficiente para mantener a su familia, por ello decide salir de su casa y buscar fortuna en otros lugares para llevarles algo de comer. En este trajín, el infortunado se encontrará con la Muerte, quien le pide un traje nuevo, pues el que lleva está hecho jirones. El Sastre le confecciona uno nuevo de color gris, elegante y distinguido, propio de ella. La Muerte le paga con una bolsa llena de monedas de oro, pero le advierte que ahora deberá ser médico, así que le da un brebaje que deben tomar los enfermos sólo si ella se coloca en los pies de la cama donde yacen los convalecientes; pero si se coloca en la cabecera no habrá salvación y morirán irremediablemente de la siguiente manera: primero los mirará a los ojos fijamente, después les dará un beso, por último asestará el golpe mortal y se los llevará consigo.
Las peripecias del Sastre parecieran predecibles, igual que su trágico final, pero la verdad es que los recursos de los que se vale este montaje son efectivos. La historia es un juego interminable, con música popular purépecha mientras los títeres de guante son manipulados por el maestro Rolando García, quien fundó “Teatro al hombro” en 2010. El maestro advierte que practica una suerte de teatro pobre, porque está hecho con cartón y madera, pues es lo único que requiere para urdir este simulacro teatral. No obstante, lo que vale es cómo se utiliza el material, los efectos que hacen para animar a los títeres (la Muerte, el Sastre, y su mujer; doña Lupita y su hijo Juanito; a Jeremías y a su esposa doña Chonita), los gags, los diferentes diálogos que tiene con los asistentes al recinto cuando la Muerte se despide o saluda o cuando los esposos se besan y les da pena ser vistos por nosotros, público embelesado, haciéndonos pensar que en realidad hay vida en aquellos seres manipulados detrás de un teatrino de apenas un metro cuadrado.