• Asignatura: Castellano
  • Autor: andreagarciahammouda
  • hace 8 años

¿ALGUIEN ME AYUDA A RESUMIR ESTE TEXTO?
Una atleta groggy, que no podía con su alma ni con sus piernas ni con sus pulmones, se arrastraba desorientada, a cuatro patas y con lentitud de tortuga, para recorrer los últimos metros de una maratón o «media maratón» y alcanzar la meta por su propio pie (es un decir). Se la veía extenuada, deshecha, enajenada, con la mirada turbia e ida, los músculos sin respuesta alguna, parecía una paralítica que se hubiera caído de su silla de ruedas. Y, claro, no solo nadie le aconsejaba lo lógico («Déjalo ya, muchacha, que te va a dar algo serio, que estás fatal; túmbate, toma un poco de agua y al hospital»), sino que sus compañeras, los jueces, la masa —y a posteriori los locutores— miraban cómo manoteaba y gateaba penosamente y la animaban a prolongar su agonía, con gritos de «¡vamos, machácate, tú puedes! ¡Déjate la vida ahí si hace falta, continúa reptando
y temblando hasta el síncope, supérate!». [...]
Como tantas otras necedades, la mística de la superación me temo que nos viene de los Esta os Unidos, y ha incitado a demostrarse, cada uno a sí mismo —y si es posible, a los demás—, que se es capaz de majaderías sin cuento: que con noventa años se puede uno descolgar por un barranco aunque con ello se rompa unos cuantos huesos; que se puede batir el récord más peregrino, qué sé yo, de comerse ochocientas hamburguesas seguidas, o de permanecer seis
minutos sin respirar (y palmar casi seguro), o de esquiar sin freno en zona de aludes, o de levantar monstruosos pesos que descuajeringarían a un
campeón de halterofilia. Yo entiendo que alguien intente esos disparates en caso de extrema necesidad. [...] Pero ¿así porque sí? ¿Para superarse? ¿Para demostrarse algo a uno mismo? Francamente, no le veo el sentido, aún menos la utilidad. Ni siquiera la satisfacción.
Lo peor es que, mientras los médicos ordenan nuestra salud, los medios de comunicación mundiales se dediquen a alentar que la gente se ponga gratuitamente en peligro, se fuerce a hacer barbaridades, se someta a torturas innecesarias y desmedidas, sea deportista profesional o no. Y la gente se presta a toda suerte de riesgos con docilidad. «Vale, con noventa y cinco años ha atravesado a nado el Amazonas en su desembocadura y ha quedado hecho una piltrafa, está listo para estirar la pata. ¿Y? ¿Es usted mejor por eso? ¿Más machote o más hembrota?». Es más bien eso lo que habría que decirle a la muy mimética población. [...] O bien: «Bueno, alcanzó usted la meta, pero como un reptil y con la primera papilla esparcida en la pista. ¿No le parece que sería mejor que no lo hubiéramos visto

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Respuesta dada por: maria124530
3

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Explicana atleta groggy, que no podía con su alma ni con sus piernas ni con sus pulmones, se arrastraba desorientada, a cuatro patas y con lentitud de tortuga, para recorrer los últimos metros de una maratón o «media maratón» y alcanzar la meta por su propio pie (es un decir). Se la veía extenuada, deshecha, enajenada, con la mirada turbia e ida, los músculos sin respuesta alguna, parecía una paralítica que se hubiera caído de su silla de ruedas. Y, claro, no solo nadie le aconsejaba lo lógico («Déjalo ya, muchacha, que te va a dar algo serio, que estás fatal; túmbate, toma un poco de agua y al hospital»), sino que sus compañeras, los jueces, la masa —y a posteriori los locutores— miraban cómo manoteaba y gateaba penosamente y la animaban a prolongar su agonía, con gritos de «¡vamos, machácate, tú puedes! ¡Déjate la vida ahí si hace falta, continúa reptando

y temblando hasta el síncope, supérate!». [...]

Como tantas otras necedades, la mística de la superación me temo que nos viene de los Esta os Unidos, y ha incitado a demostrarse, cada uno a sí mismo —y si es posible, a los demás—, que se es capaz de majaderías sin cuento: que con noventa años se puede uno descolgar por un barranco aunque con ello se rompa unos cuantos huesos; que se puede batir el récord más peregrino, qué sé yo, de comerse ochocientas hamburguesas seguidas, o de permanecer seis

minutos sin respirar (y palmar casi seguro), o de esquiar sin freno en zona de aludes, o de levantar monstruosos pesos que descuajeringarían a un

campeón de halterofilia. Yo entiendo que alguien intente esos disparates en caso de extrema necesidad. [...] Pero ¿así porque sí? ¿Para superarse? ¿Para demostrarse algo a uno mismo? Francamente, no le veo el sentido, aún menos la utilidad. Ni siquiera la satisfacción.

Lo peor es que, mientras los médicos ordenan nuestra salud, los medios de comunicación mundiales se dediquen a alentar que la gente se ponga gratuitamente en peligro, se fuerce a hacer barbaridades, se someta a torturas innecesarias y desmedidas, sea deportista profesional o no. Y la gente se presta a toda suerte de riesgos con docilidad. «Vale, con noventa y cinco años ha atravesado a nado el Amazonas en su desembocadura y ha quedado hecho una piltrafa, está listo para estirar la pata. ¿Y? ¿Es usted mejor por eso? ¿Más machote o más hembrota?». Es más bien eso lo que habría que decirle a la muy mimética población. [...] O bien: «Bueno, alcanzó usted la meta, pero como un reptil y con la primera papilla esparcida en la pista. ¿No le parece que sería mejor que no lo hubiéramos visto

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Respuesta dada por: gabriela20052009
1

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Una atleta groggy, que no podía con su alma ni con sus piernas ni con sus pulmones, se arrastraba desorientada, a cuatro patas y con lentitud de tortuga, para recorrer los últimos metros de una maratón o «media maratón» y alcanzar la meta por su propio pie . Se la veía extenuada, deshecha, enajenada, con la mirada turbia e ida, los músculos sin respuesta alguna, parecía una paralítica que se hubiera caído de su silla de ruedas. Como tantas otras necedades, la mística de la superación me temo que nos viene de los Esta os Unidos, y ha incitado a demostrarse, cada uno a sí mismo —y si es posible, a los demás—, que se es capaz de majaderías sin cuento: que con noventa años se puede uno descolgar por un barranco aunque con ello se rompa unos cuantos huesos; que se puede batir el récord más peregrino, qué sé yo, de comerse ochocientas hamburguesas seguidas, o de permanecer seis minutos sin respirar , o de esquiar sin freno en zona de aludes, o de levantar monstruosos pesos que descuajeringarían a un campeón de halterofilia. Lo peor es que, mientras los médicos ordenan nuestra salud, los medios de comunicación mundiales se dediquen a alentar que la gente se ponga gratuitamente en peligro, se fuerce a hacer barbaridades, se someta a torturas innecesarias y desmedidas, sea deportista profesional o no. Y la gente se presta a toda suerte de riesgos con docilidad. «Vale, con noventa y cinco años ha atravesado a nado el Amazonas en su desembocadura y ha quedado hecho una piltrafa, está listo para estirar la pata. ¿Y? ¿Es usted mejor por eso? ¿Más machote o más hembrota?».

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