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El bien
Aristóteles comienza su obra Ética a Nicómaco con esta expresión: “Todo arte, toda investigación y toda elección parecen tender a algún bien. Podemos definir el bien como aquello a lo que todas la cosas tienden”.
El bien es la meta deseada de nuestras acciones. Como hay múltiples acciones hay también múltiples cosas a las que consideramos bienes. Aristóteles hace notar que de todas estas cosas decimos que son un bien en la medida en que nos permitan ser felices.
La felicidad es el bien supremo, ya que es buscado en sí mismo y no como medio, los otros bienes se subordinan a ella porque son medios.
Desear el bien es desear ser felices. Pero como la ética es una especialidad práctica, el problema no es desear sino hacer. La pregunta es ¿cómo ser felices? Tendremos que saber lo que enseña Aristóteles sobre la virtud.
La felicidad consiste en la disposición permanente de la voluntad hacia el bien. A esta disposición Aristóteles, la llama virtud.
La virtud
La virtud es un hábito que nos permite hacer las cosas bien. Aristóteles señala que no es ni por naturaleza ni contra ella, nos hacemos virtuosos. Las virtudes se forman mediante un esforzado ejercicio. Y permiten que nuestra naturaleza se perfeccione.
La virtud exige una elección voluntaria, pone en juego el intelecto y la voluntad humana. La virtud es una acción voluntaria, es decir, objeto de reflexión y de elección deliberada; por eso, el conocimiento es un momento en la formación de la virtud. Pero conocer el bien no implica hacerlo. Es necesario realizarlo.
Entonces, virtud es la disposición permanente del carácter para obrar el bien.
La virtud como justo medio
Aristóteles define a la virtud como justo medio entre dos extremos viciosos, uno por carencia y otro por exceso. Ej. La generosidad es el justo medio entre la avaricia y el despilfarro. Para encontrar este justo medio es necesaria la prudencia. “La virtud es por lo tanto un hábito selectivo, consistente en una posición intermedia para nosotros, determinada por la razón y tal como lo determina el hombre prudente.”
La prudencia es la que impone sensatez al juicio. Aristóteles la define como “el hábito práctico acompañado de razón sobre las cosa que son buenas y malas para el hombre”
La felicidad
Con frecuencia relacionamos felicidad con placer, Aristóteles también lo hace. Pero aclara que no se puede identificar placer con bien ya que hay placeres reprochables y hay acciones que deben realizarse porque son buenas aunque no den placer. Tampoco es correcto identificar placer con el mal ya que cuando el placer acompaña a una actividad buena la hace más perfecta.
Si hablamos de actos, el placer que acompaña a un acto bueno será un placer honesto y el que acompaña a un acto malo será un placer perverso.
Aristóteles señala que en el hombre hay corrupción; por eso es necesario no perder el gusto por el bien, porque “hacer cosas bellas y buenas pertenece a lo es en sí mismo deseable”. El hombre corrupto ha perdido esta sabiduría y pone el placer en actos que son vergonzosos.
Si la felicidad se identificara con el placer, cualquier adversidad la haría fracasar; pero como la felicidad radica en la vida virtuosa, esto es en la fidelidad al bien, la adversidad será ocasión para ejercer la grandeza del alma. Aquel que elige una vida orientada hacia el bien podrá ser feliz aunque tenga que pasar situaciones adversas.
Ética y política
La práctica del bien implica el bien de la comunidad. La ética alcanza su plena realización en la política. La vida política tiene como fin realizar el bien común, a través de la práctica de la justicia. Esta tarea le compete al Estado, pues debe procurar la felicidad de los hombres.
La justicia es la base de la vida del Estado. Desde aquí debe poder procurar los otros bienes. No puede pensarse la vida humana fuera de la comunidad política, ser hombre es ser naturalmente político. Para esto los hombres se dan leyes y las practican.
El Estado debe ser el primer educador en la virtud; los hombres formados en la virtud perfeccionan y elevan la vida de la comunidad.
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