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Surgidos en este siglo V. Desde un punto de vista teológico dichos problemas nacían de la misma indefinición y dificultades de la doctrina cristiana de aunar su fundamental monoteísmo de tradición judía, representado en la figura de Dios Padre, con las otras dos Personas Divinas de la Santísima Trinidad, el Hijo y el Espíritu Santo, exigidas tanto por la misma realidad histórica del Cristianismo como por el fundamental Neoplatonismo que desde muy temprano informó a su teología. Pero con una óptica intraeclesial los problemas religiosos de la época hundían sus raíces en la existencia de tres grandes regiones eclesiásticas en Oriente, cada una de ellas basada en una poderosa sede episcopal y en una antigua y prestigiosa escuela teológica: Grecia y Asia Menor, con la importancia creciente del obispo de Constantinopla; Siria, con una iglesia muy singularizada, con su literatura en lengua siriaca, con la escuela de Antioquía y el influjo social de sus santones o estilitas; y Egipto, también una iglesia muy personal con su literatura en lengua copta, con su prestigiosa sede y escuela de Alejandría, y la fuerza social de sus fanáticos monjes del desierto. Desde un punto de vista dogmático la confrontación y rivalidad entre las escuelas de Antioquía y de Alejandría hundía sus raíces en los tiempos de Luciano de Samosata y Orígenes, respectivamente. Por su parte, los obispos representantes de cada una de esas importantes sedes episcopales buscaban afanosamente hacerse con el mayor número de obispos e iglesias clientelares, tanto desde un punto de vista teológico como personal. Las masas populares veían en las discusiones teológicas -que difícilmente comprenderían- la puesta en tela de juicio de la capacidad de liderazgo y patrocinio de sus líderes religiosos, en cuya intermediación salvífica y sociopolítica y caridad confiaban, y hasta el mismo sentimiento de dignidad personal transferida a la colectividad por parte de unas gentes abrumadas por las miserias y dificultades del siglo. En Egipto, tras el 451, la mayoría de los patriarcas ortodoxos de Alejandría tendrían que ser impuestos por las armas imperiales. Por el contrario la situación en la Iglesia siria sería algo más compleja, dominando sólo el sector monofisita a partir del patriarcado de Severo de Antioquía y mediante la labor de dos destacados teólogos como fueron Filoxeno de Mabog y Severo de Pisidia. La revuelta de Basilisco en el 475, que se apoyó en los sectores monofisitas de la corte y de las provincias orientales, puso al gobierno de Constantinopla ante la necesidad de llegar a algún tipo de solución pactada. Cosa que intentaría conseguir en el 482 el emperador Zenón con la proclamación del «Henotikon», o edicto de unión en el que se intentaba soslayar la principal dificultad dogmática evitando aludir a la existencia de una o dos naturalezas en Cristo. Pero como todas las soluciones intermedias impuestas desde el poder el Henotikon no convenció a casi nadie, provocando si cabe mayor confusión con el cisma de las Iglesias occidentales y Roma , al que se uniría el patriarca de la capital, Eufemio, que tuvo que ser desterrado en el 497. Dificultades que no fueron sino la consecuencia de la decisión extrema adoptada por el nuevo emperador Anastasio, que apostó decididamente por el Monofisismo buscando el apoyo de los sectores urbanos de las provincias orientales. El otro instrumento ideológico de unidad imperial constituido en tiempos de Teodosio II sería la fundación de la llamada Universidad de Constantinopla en el 425. Se creó con 31 cátedras de Gramática, Retórica y Filosofía, cuyos titulares eran seleccionados por una comisión examinadora del Senado, obteniendo la importante dignidad de condes de primer orden tras un servicio de veinte años. Su importancia para el futuro sería muy considerable, pues se constituiría en un elemento esencial para la preservación de la herencia literaria de la cultura clásica durante toda la vida del Imperio Bizantino. Las menores necesidades de numerario por parte del Estado como consecuencia del final de los tributos al Imperio húnico de Atila permitieron a Marciano aligerar la presión fiscal, especialmente en beneficio de los senadores al abolir el impuesto a pagar por la propiedad fundiaria de éstos, suprimir el gravoso donativo a dar a la multitud por los cónsules al entrar en su cargo, y librar a los pretores de los gastos por los espectáculos circenses. Marciano, además, pudo condonar las deudas fiscales contraídas por los ejercicios del 437 al 447. Y a pesar de ello la Hacienda imperial contaba a la muerte de Marciano con un fondo de 100.000 libras de oro, al decir de Juan de Lydo.