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San Agustín trata de analizar cómo se organiza la sociedad humana, y para ello estudia dos modos principales de establecerse ésta: por un lado estarían las relaciones políticas, relaciones que tienen que ver con el poder, la ley y la búsqueda del Bien común. Esta organización es la Ciudad Terrena, Babilonia o el Estado. Para San Agustín, el Estado es fundamentalmente una poderosa banda de piratas. La diferencia entre grupos de bandidos navegantes y la flota de Alejandro Magno es que por su cantidad unos son considerados la Marina o el Ejército de un Imperio y otros son considerados ladrones o delincuentes. El Estado es el ámbito en el que se da la imposición jerárquica del poder, el pecado y la violencia. Por otra parte, en el Estado surgen también la cooperación, la búsqueda de la justicia y el Bien Común.
Por otra parte, existirían un conjunto de relaciones sociales al margen del poder, relaciones en las que nos cuidamos en cuanto que seres que buscan la salvación y no solamente el cuidado de los bienes materiales. Esta es la sociedad civil, la sociedad al margen del Estado. Esta es la Ciudad de Dios o ciudad celeste. Es la organización religiosa de la sociedad. Para San Agustín, debemos cuidar fundamentalmente nuestras relaciones en esta sociedad, porque es la que cuida de lo eterno en nosotros. Sin embargo, a pesar de la crítica radical de la sociedad política, no es un anarquista, sino que considera que la sociedad religiosa debe guiar a la política. Por culpa de nuestra Caída en el pecado tenemos que vivir en sociedad, y un buen cristiano vive virtuosamente en la sociedad política, pagando sus tributos y respetando las leyes. La necesidad de que la sociedad religiosa guíe la sociedad política se denominó históricamente agustinismo político. San Agustín sostenía que dado que tenemos que buscar la salvación en el ámbito de lo material, lo espiritual ha de gobernar sobre lo puramente político, pero no sostenía como el agustinismo político que el poder religioso deba primar sobre el temporal. La sociedad debe guiarse por principios cristianos y buscar la salvación, pero eso no nos lleva en nuestro autor a una sociedad teocrática, sino a una clara distinción de poderes autónomos pero coordinados según criterios de virtud cristiana.
Por otra parte, existirían un conjunto de relaciones sociales al margen del poder, relaciones en las que nos cuidamos en cuanto que seres que buscan la salvación y no solamente el cuidado de los bienes materiales. Esta es la sociedad civil, la sociedad al margen del Estado. Esta es la Ciudad de Dios o ciudad celeste. Es la organización religiosa de la sociedad. Para San Agustín, debemos cuidar fundamentalmente nuestras relaciones en esta sociedad, porque es la que cuida de lo eterno en nosotros. Sin embargo, a pesar de la crítica radical de la sociedad política, no es un anarquista, sino que considera que la sociedad religiosa debe guiar a la política. Por culpa de nuestra Caída en el pecado tenemos que vivir en sociedad, y un buen cristiano vive virtuosamente en la sociedad política, pagando sus tributos y respetando las leyes. La necesidad de que la sociedad religiosa guíe la sociedad política se denominó históricamente agustinismo político. San Agustín sostenía que dado que tenemos que buscar la salvación en el ámbito de lo material, lo espiritual ha de gobernar sobre lo puramente político, pero no sostenía como el agustinismo político que el poder religioso deba primar sobre el temporal. La sociedad debe guiarse por principios cristianos y buscar la salvación, pero eso no nos lleva en nuestro autor a una sociedad teocrática, sino a una clara distinción de poderes autónomos pero coordinados según criterios de virtud cristiana.
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