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Uno de los motivos de que el copernicanismo pudiese eludir al principio la censura de la Iglesia Católica fue que sus implicaciones tardaron un tiempo en asumirse. Sólo cuando la nueva astronomía hubo sido adoptada abiertamente por algunos pensadores, se hizo evidente lo desestabilizadora que podía llegar a ser. Probablemente el ejemplo más flagrante fue el de Giordano Bruno, un famoso fraile que fue quemado en la hoguera en el año 1600. Sus ideas se consideraron tan atroces que se le negó la habitual cortesía de ser agarrotado antes de encender la hoguera. Si alguien dudaba de que unas teorías meramente astronómicas podían tener consecuencias religiosas realmente graves, no tenía más que fijarse en la cantidad de disparates ocultistas en los que creía Bruno.
El copernicanismo ciertamente pareció crecer en mala compañía. Los documentos del juicio de Bruno se han perdido, así que nadie sabe exactamente cuáles de sus herejías fueron identificadas por la Inquisición. Sus variadas obras ofrecen muchos tipos de heterodoxia donde elegir. Bruno se ocupó de teología, de filosofía natural, de una forma excéntrica de lógica y del arte de la memoria, entre otras muchas cosas. Escribió tratados sobre magia, diatribas contra Aristóteles, críticas de la Biblia, poemas cosmológicos y diálogos filosóficos en los que ponía abiertamente en duda las doctrinas cristianas. A veces se presentaba como luterano y a veces como calvinista, pero apenas puede decirse que su auténtica confesión fuese la cristiana.
Estaba fascinado por la magia, obsesionado con todo tipo de fantasías ocultistas y sentía una atracción especial por las religiones del antiguo Egipto.
Fue en parte la influencia de los credos esotéricos del culto al Sol la que llevó a Bruno a aceptar la imagen del cosmos de Copérnico.
Y fue en parte su entusiasmo por las entonces poco conocidas ideas de Lucrecio y de los atomistas griegos lo que le llevó a dar un paso más y a situar el reorganizado sistema solar de Copérnico dentro de un universo infinito:
“Hay una […] sola y vasta inmensidad a la que podemos calificar libremente de Vacío: en él hay innumerables globos como este en el que vivimos y crecemos; declaramos que este espacio es infinito. Pues no hay razón, ni carencia alguna en los dones de la naturaleza […] para no permitir la existencia de otros mundos en el espacio.” (Giordano Bruno, De l’infinito universo e mondi, 1584)
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