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Los árboles vivos, regulan con sus funciones la vida de la naturaleza; muertos, regulan con sus despojos la vida del hombre. Vivos o muertos, los árboles nos acompañan en el curso de nuestra vida. Al nacer, nos reciben cual madre cariñosa, en las cuatro tablas de una cuna; al morir, nos recogen cual clemente divinidad, en las cuatro tablas de un ataúd; y nos restituyen al seno de la madre tierra.
Es útil en todas nuestras necesidades, sus fuertes troncos sirven para sostener el techo de nuestras viviendas, sus pródigas ramas al ser quemadas con fuego sirven para cocinar nuestros alimentos y ahuyentar el frío y las tinieblas de las frías noches. Asimismo, el árbol se convierte en vehículo de nuestras ideas y medio de comunicación entre los hombres, en forma de papel y de madera y poste de telégrafo. Lo que ayer era negro carbón, es ahora blanca hoja de carta y de periódico. Ayer calentaba los cuerpos, ahora ilumina las inteligencias. Ayer congregaba en torno del hogar los miembros dispersos de la familia; hoy reúne, en la santa comunidad del pensamiento, a todos los pueblos y razas que componen la gran familia humana. Muriendo la muerte de la naturaleza, el árbol se ha dignificado, ha adquirido una vida superior: de tosca materia, casi se ha convertido en espíritu.
Los árboles purifican y fecundan no sólo el aire y la tierra; nuestro corazón también. Amar al árbol es comprender la vida. La armonía y la bondad fluyen de cada una de sus hojas. Porque además de filósofo, historiador y poeta, el árbol es profeta. Cuenten los árboles de una nación y leeran su porvenir. Nada grande hay que esperar de los países sin abundancia de árboles. Felices, fuertes y triunfadores son los pueblos que surgen en medio de los árboles, y gozan de la caricia de su sombra y del alimento de sus frutos.
¿De dónde, sino de sus bosques, procede esta fragancia virginal de América, que con deleite aspira el mundo? ¡Ay de América si sus bosques desaparecieran! En ellos está el secreto de la vitalidad exuberante, en ellos nace el soplo soberano que nos empuja al porvenir.
Entonces, ¡vale más plantar y cuidar árboles que erigir estatuas, que no alimentan ni abrigan, ni educan, como ellos!
gracias
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espero que te sirva