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La enfermedad de Chagas ha sufrido, a lo largo de sus cien años de reconocimiento, profundas modificaciones en su concepción científica, en su reconocimiento institucional y en su valoración política. Así, desde un punto de vista médico, se la ha concebido como causante del bocio, se han resaltado sus efectos agudos, y luego sus efectos sobre la salud cardiaca. Del mismo modo, la política sanitaria ha sucesivamente descartado la importancia de la enfermedad, luego elevado a nivel de una causa nacional y paulatinamente dejado en el margen de las agendas.
1912-1926: descubrimiento y negación de la enfermedad de Chagas
El anuncio del descubrimiento de una nueva enfermedad, por parte de Carlos Chagas en Brasil en 1909, tuvo un pronto eco en Argentina. La existencia de similares condiciones de hábitat favorables a la transmisión, la presencia de los insectos vectores y el carácter endémico del bocio y cretinismo - supuestas manifestaciones de la etapa crónica de la enfermedad - en ciertas regiones del país hicieron pensar a los miembros del Instituto Nacional de Bacteriología - luego Instituto Bacteriológico - del Departamento Nacional de Higiene, en la posibilidad de que la enfermedad de Chagas también fuera una patología importante del norte de Argentina.
1927-1945: los comienzos de la investigación científica en Argentina - Salvador Mazza y el reconocimiento de la enfermedad
Tras ser desechada su importancia epidemiológica, pasaron más de 10 años sin investigaciones sobre la enfermedad de Chagas en Argentina.7
1945-1955: reconfiguración cognitiva y reformas de salud - la enfermedad de Chagas como 'problema social nacional'
Entre fines de la década de 1940 y mediados de la década de 1950, la enfermedad de Chagas fue definitivamente reconocida como un problema sanitario y social de relevancia nacional, tanto por la extensión epidemiológica atribuida como por los elementos simbólicos movilizados a su alrededor (11)
1956-1972: la institucionalización del problema social
La dinámica social que, hacia mediados de la década 1950, había llevado a la enfermedad de Chagas a ser reconocida como problema de salud pública y como objeto de investigación científica se vio fuertemente afectada por el derrocamiento del gobierno de Perón en septiembre de 1955. Sin embargo, diferentes actores en nuevos contextos institucionales renovaron en los años siguientes el interés por la enfermedad, consolidando el proceso de institucionalización que se había iniciado tiempo atrás.
1972-1985: la conformación de un espacio de investigación vinculado al Chagas
En los años de 1970 y principios de la década de 1980, se observó una relativa estabilización de las iniciativas destinadas a controlar la enfermedad iniciadas en los años 1960, y con ello una definitiva incorporación del Chagas en diversas instituciones del país (Universidades, centros de atención, organismos encargados de reglamentar las políticas sanitarias y laborales). Estas medidas permitieron, aunque con ciertos altibajos, disminuir la cantidad de infectados en el país, pasando de un promedio del 10,1 del total de la población para el período 1964-1969 a un promedio del 5,8 en 1981 (Segura, 2002).
1985-2000: la autonomización de la investigación científica
A partir de mediados de la década de 1980, se produjo una consolidación de los grupos de investigación dedicados a temas vinculados al Chagas, y al mismo tiempo, una autonomización de los espacios de toma de decisiones políticas sobre la enfermedad. Este proceso se dio en un marco de debilitamiento de las estructuras institucionales dedicadas a intervenir sobre el problema.
Se interrumpió la producción de estadísticas que dieran cuenta de la prevalencia de la enfermedad. Estas cifras provenían de un análisis al ingresar al Servicio Militar Obligatorio, y fue suspendida en el año 1992 cuando éste fue abolido. Desde entonces, no existen datos que reflejen en forma confiable la incidencia de infectados en el territorio, y se desconoce por lo tanto la evolución de la enfermedad desde entonces. Pese a todo, al menos de acuerdo a los registros realizados hasta el año 1993, el total de infectados pasó de un 5,8% en 1981 a un promedio del 4,7% en 1987, y luego cayeron a 1,9 % en 1993 (Segura, 2002, p.61). Por cierto, esto obedeció a diversas causas: el efecto de las campañas de fumigación en los años anteriores; las modificaciones en las condiciones de vida de los sectores rurales; el crecimiento de los sectores urbanos, y así la menor incidencia de las poblaciones rurales sobre el total de la población.