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Rusia era, a principios del siglo XIX, un vasto imperio de 22 millones de kilómetros cuadrados, de 170 millones de personas que hablaban 146 lenguas y de diversas religiones. La complejidad de su Gobierno era evidente y se veía acentuado por las diferencias económicas y sociales producto de un imperialismo exacerbado y unas estructuras anticuadas y casi feudales.
Situación política y social de Rusia antes de la Revolución
La monarquía absoluta que regía los destinos del país, desde hacía más de 3 siglos y que tenían a los Romanov como gobernantes máximos no contribuían a solucionar los problemas, y cada vez eran más frecuentes las revueltas contra el zarismo.
En 1861 se decretó la liberación de los siervos y las tierras liberadas se entregaron a las mir, unas comunidades de campesinos que vivían con los escasos recursos que les daba la tierra. Eran los mujiks, campesinos eminentemente pobres. Frente a ellos estaban los kulaks, los campesinos acomodados que instauraron una auténtica burguesía rural.
A finales del XIX, el estado ruso tuvo que acudir al capital extranjero para industrializar el país, y la división se hizo aún mayor. Por un lado, San Petersburgo y Moscú acaparaban la industria; por el otro, las diferencias entre los estamentos sociales eran cada vez mayores y la explotación de los obreros rusos crecía por momentos: sin protección legal, sin seguridad social y con escasos derechos.