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La ciudad con mayor número de rascacielos por habitante del mundo y mito estival de la clase trabajadora inglesa desde los años 60 mantiene un modelo turístico que parece ser pan para hoy y hambre para mañana.
“España no tiene que ir a competir en servicios hoteleros, porque hay otros países más competitivos, sino por algo mucho más amplio: la venta de experiencias como la gastronomía o la cultura. Es necesaria una apuesta institucional por eso”, dice Javier Flores, director de inversiones de Dracon Partners EAFI.
En la principal avenida, a escasos 50 metros de la playa, se respira el más puro ambiente ‘low cost’: un sinfín de tiendas de ropa y artículos en su mayoría de origen chino se apiñan en un laberinto de precios ultracompetitivos y dudosa calidad.
A los menús de precios económicos se les une el masificado concepto hotelero de ‘todo incluido’, que atrae turistas bajo la garantía de que no se quedarán sin comida ni diversión.
El sol y kilómetros de costa mantienen al país como segundo destino turístico mundial por ingresos, pero la industria y el Gobierno - que ha puesto en marcha diversos planes de modernización - son conscientes de que el modelo ha de cambiar para garantizar la sostenibilidad en un entorno muy competitivo.
“El clima y la geografía han apoyado tanto a la industria turística, que durante muchos años se ha olvidado el servicio, con ofertas masificadas, un crecimiento inmobiliario endemoniado y sin pensar en que quizás había que cuidar más la calidad que la cantidad”, explica un empleado de una agencia de viajes.