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La anciana señora Hay le envió a las niñas Isabel, Lottie y Kezia, como regalo una casa de muñecas, para ellas era perfecta.
Al abrir la puerta principal de la casa se podía ver todo lo que había allí dentro; se pudiera decir que es la manera como Dios puede ver cada casa, incluso cada persona.
La casa tenía sala, comedor cocina, habitaciones, todo bien decorado y ubicado, lo que más impresionaba era la lámpara puesta encima del comedor, parecía muy real, incluso al moverla se observaba un líquido como de petróleo que tenía la lámpara, era como si les hiciera saber que vivía allí; además habían dos muñecos como si fueran papá y mamá tendidos en el salón y sus dos niños pequeños que dormían arriba; era todo un espectáculo para admirar!
Las niñas Kelvey eran rechazadas en su colegio por ser las hijas de la señora que lavaba la ropa de casa en casa para ganarse el pan de cada día, para ella y sus hijas, ya que el padre de las niñas estaba en la cárcel.
En su pobreza las niñas vestían ropa que les regalaban e incluso la mamá les hacía vestidos con manteles; cuando Isabel y sus hermanas contaron en el colegio a las niñas lo de la casa de muñecas y eligieron a dos niñas para que fueran a ver la casa, las demás niñas sabiendo de antemano que en algún momento llegaría su turno redearon a Isabel y sus hermanas abrazándolas y alagándolas, excepto las Kelvey quienes se dieron la vuelta y se fueron sabiendo que no había nada más que escuchar.
En la casa de los Burnell donde las niñas disfrutaban su casa de muñeca, la pequeña Kezia, quería compartir su alegría con las Kelvey, las pasó por el patio a escondidas de su mamá quien le había prohibido a sus hijas que trataran con las Kelvey; una vez dentro cuando Kezia estaba abriendo la casa de muñecas fueron sorprendidas por la tía Beryl, quien saco a las niñas de la casa; ellas sonrojadas y avergonzadas salieron por el patio trasero y la pequeña Else le dijo suavemente a su hermana ¡he visto la lamparita!