• Asignatura: Castellano
  • Autor: maguantonella12
  • hace 7 años

alguna historia creepypasta que esté relacionado con la iglesia o con una plaza/parque?​

Respuestas

Respuesta dada por: foxlayorg
0

Respuesta: No soy tan fan de eso pero te recomiendo que visites el canal de Dross

Explicación:

Respuesta dada por: estmalum66
1

Respuesta:

La iglesia

Explicación:

Como cada domingo por la mañana, vi a mi madre terminando de arreglarse para asistir al oficio dominical. Esa cita era algo inexcusable para ella, ya hiciese frío, nevase o cayeran chuzos de punta, siempre emprendía el camino que serpenteaba entre las lindes del pueblo y llegaba hasta la pequeña y deteriorada Iglesia decimonona que presidía el pueblo.

Nunca supe el porqué de tanta devoción, sobre todo teniendo en cuenta que la vida no se había portado muy bien con nosotras. Perdí a mi padre siendo niña y a falta de quien trajera el pan a casa, mi madre tuvo que ponerse a limpiar casas de la zona de sol a sol.

Creo que dejé de acompañar a mi madre a la Iglesia, a las dos semanas de empezar a trabajar, estaba tan cansada por las largas caminatas con los cántaros de leche y cajas de huevos, que me dije que no debía de dar las gracias a ningún Dios por mi nueva vida. Si mi madre se ofendió nunca me lo dijo, pero ella siguió con sus oficios dominicales semana tras semana y año tras año. Parecía que en su pequeña Iglesia, encontraba el consuelo que no hallaba en su vida. Recuerdo verla salir más de una noche para acudir a una improvisada misa nocturna como ella las llamaba.

Yo no entendía cómo era capaz de irse en plena noche a rezar a una Iglesia, que si bien de día ya daba miedo por la noche debía de ser terriblemente amenazadora. El estado lastimoso en que se encontraba por el abandono local y el que tuviera un pequeño cementerio adosado a uno de sus laterales de épocas que se remontaban al siglo XIII, la enmarcaban como una Iglesia un tanto especial.

El golpe sordo de la puerta al cerrarse me dijo que ya era libre para leer esas preciadas novelas de aventuras que escondía bajo mi colchón y cuya lectura tanto desagradaba a mi madre. Después de leer unas 10 o 12 páginas de la novela que tenía empezada, decidí dar de comer a las gallinas que teníamos y que nos surtían de huevos frescos durante todo el año.

Entré en el gallinero y observé que había plumas por doquier y que muchas de las gallinas aparecían desplumadas en algunos puntos. Su comportamiento tampoco era normal, estaban asustadas de algo o de alguien pues se apelotonaban unas encima de otras intentando esconderse. Intenté encontrar a mi gallina preferida entre aquella masa de cuerpos y plumas, aquella a la que puse de nombre «Reina», en honor a uno de los títulos de mi novela preferida. Por más que busqué no la hallé y lo peor fue cuando vi restos de sangre seca sobre el marco de la puerta del gallinero.

Alarmada por lo extraño de la situación, entré en casa corriendo y me puse los vaqueros raídos y la blusa de lunares que usaba para el trabajo. Sin tiempo para nada más, salí corriendo por el camino que llevaba a la Iglesia, sin más pensamientos que el encontrar a mi madre y decirle que algo raro había pasado en el gallinero.

El camino se me hizo eterno pese a que iba corriendo por el empedrado camino. Al final del último recodo vi ante mí la silueta de la vieja Iglesia agrisada por el tiempo. Mis pasos se detuvieron en seco al dirigir mi mirada al campanario y observar que la majestuosa cruz que lo coronaba se hallaba invertida al igual que lo estaban las crucecitas de las lápidas del cementerio.

Comencé a andar en vez de correr, sintiendo una sensación extraña en mi estómago. Aquello no era normal. Mis pasos me llevaron a la puerta central de la Iglesia que se hallaba medio entornada. Pegué mi nariz a la puerta y sentí como el mundo giraba a mi alrededor al observar cómo la Iglesia que estaba llena de fieles, aparecían de pie sin orden ninguno, estaban por todas partes tanto en el altar como por los pasillos y todos sin excepción incluido el sacerdote, estaban con los brazos extendidos recitando un extraño salmo en un lenguaje que me recordó los responsos que había oído en latín en los sepelios a los que había ido junto a mi madre.

Allí cerca del altar vi a mi madre con la misma mirada perdida que el resto y en igual pose, salvo que ella llevaba algo en las manos que no cesaba de forcejear por desasirse. Fue entonces cuando repare en que aquello que aleteaba entre sus manos era mi querida «Reina» decapitada ya, y de cuyo exangüe cuello decapitado manaba la sangre sin cesar en los últimos estertores de vida.

Aquello me erizó el cabello, tanto que salí corriendo cegada por un terror aciago.

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