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Aunque todavía son muchas las incertidumbres que envuelven el conocimiento del origen de la humanidad, la ciencia arroja cada día más luz sobre el tema. La cuestión es si sólo la ciencia es la que puede hacer eso mismo. ¿Acaso la filosofía y la religión ya no pueden decir nada que tenga sentido al respecto? Precisamente lo que intenta el libro de Artigas y Turbón es: “establecer un marco filosófico que dé cuenta, en otro nivel de racionalidad, de lo que la ciencia actualmente nos dice sobre nuestras raíces” (p. 11).
La ciencia es una forma de conocimiento extremadamente exitosa. Ha conseguido transformar la sociedad y el mundo en tan sólo tres siglos, permitiéndole al hombre influir, para bien o para mal, en la propia naturaleza. Ese mismo éxito es el que ha hecho pensar a más de uno que la ciencia agota la racionalidad; o que, por lo menos, es la mejor forma de racionalidad que puedo alcanzar el entendimiento humano. Es cierto que ni la filosofía ni la teología puede vivir de espaldas a la racionalidad científica si es que quieren decir algo que tenga sentido para el hombre actual; pero esto no significa, ni mucho menos, que la ciencia ocupe un lugar privilegiado, y ya no digamos de superioridad en cuanto a capacidad de conocimiento objetivo de la realidad. Lo único que significa es que existen una serie de cuestiones que son fronterizas entre estas tres formas del saber humano y, por ello, que las tres han de estar abiertas a un diálogo fecundo que sólo puede beneficiarles, siempre y cuando ese diálogo se realice con el debido respeto a los límites metodológicos de cada uno de estos saberes. Por ello la lectura de este libro “constituye una invitación a reflexionar personalmente las distintas cuestiones que van apareciendo a lo largo de las páginas”
La ciencia es una forma de conocimiento extremadamente exitosa. Ha conseguido transformar la sociedad y el mundo en tan sólo tres siglos, permitiéndole al hombre influir, para bien o para mal, en la propia naturaleza. Ese mismo éxito es el que ha hecho pensar a más de uno que la ciencia agota la racionalidad; o que, por lo menos, es la mejor forma de racionalidad que puedo alcanzar el entendimiento humano. Es cierto que ni la filosofía ni la teología puede vivir de espaldas a la racionalidad científica si es que quieren decir algo que tenga sentido para el hombre actual; pero esto no significa, ni mucho menos, que la ciencia ocupe un lugar privilegiado, y ya no digamos de superioridad en cuanto a capacidad de conocimiento objetivo de la realidad. Lo único que significa es que existen una serie de cuestiones que son fronterizas entre estas tres formas del saber humano y, por ello, que las tres han de estar abiertas a un diálogo fecundo que sólo puede beneficiarles, siempre y cuando ese diálogo se realice con el debido respeto a los límites metodológicos de cada uno de estos saberes. Por ello la lectura de este libro “constituye una invitación a reflexionar personalmente las distintas cuestiones que van apareciendo a lo largo de las páginas”
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