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Sobre todo seguir y cumplir lo qué el manda,ser obediente,orar por el prójimo y compartir ,ser imagen y semejanza de Dios
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Sin embargo, nuestra existencia depende de la confluencia óptima de muchísimos sucesos. Por ejemplo, la distancia entre la Tierra y el Sol es de media unos 149,5 millones de kilómetros, que es la distancia adecuada para sustentar la vida. Si la Tierra estuviera ligeramente más cerca, todos los seres vivos habríamos perecido debido al calor; si estuviera un poco más lejos, nos habríamos congelado. Mientras que la rotación de nuestro planeta nos permite disfrutar de días de 24 horas, no hay motivo para descartar que si las cosas hubiesen sido diferentes y la Tierra girase más despacio, cada noche durase varios meses. Este efecto por sí mismo erradicaría gran parte, si no la totalidad, de la vida terrestre. Tampoco hay motivo para suponer que la rotación de nuestro planeta alrededor del Sol debe ser de 365,2422 días1. Si en su lugar, los inviernos durasen 43 años, por ejemplo, la vida habría tenido dificultades para surgir. Si nuestra atmósfera estuviera compuesta por hidrógeno, helio, metano y amoniaco (por ejemplo, la atmósfera de Júpiter) sin la cantidad mínima requerida de oxígeno, la vida terrestre habría perecido. Si el agua no tuviera diferentes propiedades como líquido, gas o sólido, ¿cómo podría el ciclo del agua y los flujos actuales reponer y reciclar los importantes ciclos ecológicos y nutricionales que mantienen el entramado de la vida? Sin una atmósfera terrestre protectora, los seres vivos estaríamos expuestos a meteoritos, fluctuaciones de temperatura extremas y radiaciones cósmicas o ultravioletas, lo que pone a la vida en peligro de formas diferentes. Y todo lo anterior son solo unas pocas variables medioambientales. Si considerásemos la existencia de algo tan increíblemente complejo como un animal, las probabilidades volverían a caer en picado.
Tomemos al ser humano como el sujeto de nuestro análisis. Para describir la extraordinaria estructura del hombre, vamos a descomponerla en funciones/partes modulares. Incluso un sencillo módulo, como puede ser el movimiento, resulta ser extremadamente complejo. Laboratorios de informática y robótica de modernas universidades avanzadas con algunas de las personas más inteligentes del mundo, mediante el uso de diferentes algoritmos, robots e inteligencia artificial han trabajado durante años para perfeccionar esta y otras funciones biológicas sencillas. (No obstante, una araña puede realizarlas con facilidad). ¿Qué posibilidades hay de que un estudiante de posgrado pueda obtener de forma aleatoria partes y combinaciones arbitrarias para formar un robot funcional? ¿Y si usara un generador aleatorio de letras para escribir el código para un programa de inteligencia artificial funcional? (Estamos hablando de probabilidades inferiores a un 1 %). Y solo hemos hablado del movimiento (por ejemplo, caminar, correr, escalar, saltar, etc.). ¿Qué pasa con otras funciones como hablar o escuchar?
Los científicos han estado trabajando durante varios años para mejorar una «nariz artificial». Esto contrasta con el elegante poder y la sofisticada precisión de los sabuesos y las avispas parasitoides. ¿Qué hay del resto de sentidos?
Las probabilidades disminuyen a gran velocidad. Ni siquiera hemos hablado sobre cómo formar un corazón, un riñón o un cerebro. Si observamos los procesos biológicos a nivel molecular de la bioquímica, vemos un gran número de procesos altamente precisos que se rigen con sincronización y secuenciación extraordinarias. Hemos indicado un número muy limitado de variables para desarmar el quid del argumento, y aun así las probabilidades han disminuido cuantiosamente2.
Hasta este momento, debería resultar obvio para el lector que hay millones y millones de factores que siguen esta línea de razonamiento, con cada uno de ellos disminuyendo todavía más las probabilidades totales de vida. Incluso aunque estos acontecimientos hubieran sucedido por mera casualidad sigue siendo posible, no es probable. Así, aferrarse a la noción de que un evento con una probabilidad extremadamente reducida haya sucedido por casualidad resulta bastante inverosímil. Si existe alguien que se sienta cómodo con unas probabilidades como esas, estamos seguros de que jugadores de azar de todo el mundo se pelearían por conocer a dicha persona. (Ahora me queda claro: «¿Quieres decir que no estás dispuesto a demostrar con acciones lo que predicas?». «¿Sabes qué? Te ofrezco unas probabilidades de un billón contra uno...»). Y, aun así, resulta sorprende que gente que jamás apostaría ni mil dólares en unas probabilidades de locos (perdón, pero no hay otra manera de llamarlas), lo haría con Dios sin dudarlo un instante3.